El Secreto de la Plaza de Paternal
Era una tarde luminosa en el barrio de Paternal, y Mateo, un niño curioso de diez años, decidió explorar la plaza del barrio. Con su mochila llena de quesadillas y su fiel perro, Lucas, tenía la ilusión de descubrir algo nuevo. La plaza estaba llena de aromas y sonidos: risas de niños jugando, el canto de las aves y los vendedores que ofrecían sus deliciosos bocados.
Al llegar, Mateo notó un viejo banco de madera que había estado un poco más alejado de los demás. Se acercó y vio que tenía algo brillante debajo. "¡Mirá, Lucas!", exclamó mientras se agachaba a investigar.
Al mover la hoja de un cuaderno, un pequeño colgante de oro apareció. "¿Qué será esto?", pensó Mateo, admirando el brillo del colgante, que tenía una forma de estrella con un nombre grabado: —"Clara" .
Intrigado, miró a su alrededor. "Quizás pertenecía a alguien que solía venir a esta plaza", dijo a Lucas con un tono de misterio.
La curiosidad lo llevó a preguntar a los mayores que conocía. Se acercó a Doña Rosa, una anciana del barrio que solía sentarse con su perro en el mismo banco durante las tardes. "¿Usted conoce a alguien que se llame Clara?" - le preguntó.
Doña Rosa sonrió con nostalgia. "Sí, querida, Clara solía venir aquí hace muchos años. Era una niña muy especial, dulce y llena de vida. Siempre traía su cometa y la volaba en nuestra plaza. Cada vez que la soltaba, parecía que el viento la llevaba a nuevas aventuras. ¿Por qué lo preguntas?" - dijo la señora, mientras acariciaba a su perrito.
Mateo sintió una emoción en su interior. "Encontré esto, es un colgante que dice 'Clara'. Pero no sé cómo devolverlo..."
Doña Rosa le contó cómo Clara había dejado su huella en la plaza. "Siempre compartía su alegría con los demás, enseñando a los que necesitaban compañía y amistad".
Inspirado por la historia, Mateo decidió que debía encontrar a Clara. Comenzó a preguntar a otros vecinos, describiendo el colgante y quién era la chica que había volado su cometa. Durante toda la tarde, Mateo y Lucas recorrieron el barrio, hablando con viejos amigos de Doña Rosa, hasta que se encontraron con el Sr. Fernando, un juguetero que había conocido a Clara.
"Claro que la conozco. Era una artista, pero se mudó a otro barrio hace muchos años. Pero sigue en nuestros corazones. Uno nunca olvida una amistad de la infancia" - recordó el hombre, con voz entrecortada.
Como ya se hacía tarde, Mateo decidió ir a su casa. Sus pensamientos estaban llenos de las historias que había escuchado, y se dio cuenta de que el colgante no solo era un objeto perdido, sino un símbolo de la amistad y los recuerdos.
El próximo día, Mateo volvió a la plaza. En su mochila llevaba algo muy especial: un cometa que había hecho junto a su papá. Decidió que ese día sería el día en que volaría el cometa, en honor a Clara. Al llegar, colocó una pequeña hoja en el banco con el colgante.
"Que vuelva a donde pertenece", murmuró.
Mientras soltaba el cometa al aire, Mateo sintió una brisa suave. En ese momento, se dio cuenta de que, a pesar de no conocer a Clara, su historia había dejado una marca en su corazón.
"¡Mirá, Lucas!", gritó emocionado mientras el cometa se elevaba, "Tal vez esta historia nunca se olvide y alguien más la escuche algún día. Clara vivirá siempre en la plaza de Paternal".
Desde entonces, el colgante permaneció allí, en el banco, como un recordatorio de la amistad y la alegría que cada niño debe llevar en su corazón. Y así, la plaza se convirtió en un lugar donde los recuerdos no solo se guardan, sino que también se comparten.
Cada vez que Mateo iba a la plaza, recordaba a Clara y su cometa. Su historia se esparcía entre los juegos y risas, creando un lazo invisible entre todos los que lo escuchaban y recordaban que en cada rincón se puede encontrar magia y aventuras, si uno se detiene a mirar con el corazón.
FIN.