El secreto de las estatuas de la antigua Roma
Había una vez en la antigua Roma, un niño llamado Julio, apasionado por la mitología romana, la escultura y la arquitectura. Un día, mientras paseaba por el Foro Romano, Julio se encontró con una estatua de Júpiter, el dios supremo.
De repente, la estatua cobró vida y le habló: "Julio, soy Júpiter, necesito tu ayuda. Alguien ha robado la chispa divina que da vida a todas las estatuas de los dioses y los monumentos antiguos.
Sin esa chispa, el legado de Roma desaparecerá para siempre." Julio, sorprendido, prometió ayudar a Júpiter. "Debes buscar a Minerva, la diosa de la sabiduría. Ella te guiará en tu misión", le dijo Júpiter.
Julio partió en busca de Minerva, y la encontró en el Templo de Vesta. "Julio, necesitarás valentía y astucia para recuperar la chispa divina. Debes buscar en el Coliseo, el Palatino y el Panteón. Pero cuidado, el ladrón no descansará hasta detenerte", advirtió Minerva. Determinado, Julio emprendió su búsqueda.
En el Coliseo se enfrentó a un enigma de la estatua de Gladiador que lo llevó al Palatino, donde desafió a la esfinge esculpida en piedra que guardaba la entrada al Panteón. Finalmente, en el Panteón, descubrió que el ladrón era...
una estatua animada de Apolo, el dios de las artes. "No permitiré que devuelvas la chispa divina. Roma debe caer en el olvido para que mi arte sea el único recordado", dijo Apolo con soberbia.
Sin embargo, Julio ingeniosamente convenció a Apolo de que el legado de Roma y el arte antiguo no serían olvidados, sino apreciados por siempre. Conmovido por las palabras de Julio, Apolo devolvió la chispa divina. Las estatuas cobraron vida de nuevo y Roma recuperó su esplendor.
Júpiter y Minerva felicitaron a Julio por su valentía y astucia. Desde ese día, las estatuas y monumentos antiguos contaron con un guardián especial: el espíritu de Julio, el niño que salvó la historia de Roma.
FIN.