El secreto de Los Girasoles
Había una vez en el colegio "Los Girasoles", un huerto escolar que era el orgullo de todos los alumnos.
En ese huerto crecían las verduras más hermosas y deliciosas que se pudieran imaginar: tomates rojos y jugosos, zanahorias dulces como la miel, lechugas frescas y crujientes, entre muchas otras. En este huerto trabajaban juntos los niños de todas las edades, bajo la sabia guía de Don Carlos, el jardinero del colegio.
Don Carlos les enseñaba a cuidar las plantas con cariño, a regarlas con cuidado y a protegerlas de plagas. Los niños disfrutaban cada día en el huerto, aprendiendo cosas nuevas y viendo cómo crecían sus cultivos.
Un día, mientras estaban todos ocupados cavando la tierra y sembrando semillas, escucharon un ruido extraño que venía del fondo del huerto. Todos se acercaron con curiosidad y descubrieron un pequeño agujero en el suelo. Sin pensarlo dos veces, decidieron investigar qué había al otro lado.
Al asomarse por el agujero, los niños vieron un mundo mágico lleno de colores brillantes y criaturas sorprendentes. Un hada diminuta les dio la bienvenida al Mundo de las Maravillas del Huerto Escolar.
Los ojos de los niños brillaban de emoción al ver todo lo que este lugar les ofrecía: árboles frutales gigantes cargados de frutas exóticas, flores que cantaban melodías alegres y animales amigables que hablaban. "¡Esto es increíble!", exclamó Martina emocionada.
"¡Nunca imaginé que existiera algo así en nuestro huerto!", dijo Juan asombrado. "¿Podemos quedarnos aquí para siempre?", preguntó Sofía ilusionada.
El hada les explicó que solo podían visitar ese mundo mágico por un tiempo limitado, pero que podrían llevarse consigo una semilla especial como recuerdo. Cada niño eligió su semilla favorita: Martina optó por una semilla de girasol radiante; Juan escogió una semilla de manzana jugosa; Sofía decidió llevarse una semilla de rosa perfumada.
De regreso al mundo real del huerto escolar, los niños plantaron sus semillas especiales con mucho amor y dedicación. Con el paso de los días, esas semillas crecieron hasta convertirse en hermosas plantas que recordaban su aventura en el Mundo de las Maravillas.
Desde entonces, los niños valoraron aún más su huerto escolar y aprendieron a apreciar la magia que puede surgir cuando se trabaja en equipo con amor y respeto por la naturaleza.
Y aunque nunca volvieron al Mundo de las Maravillas del Huerto Escolar, siempre supieron que la verdadera magia estaba en cuidar lo bello y especial que tenían frente a sus ojos cada día.
FIN.