El secreto de los susurros naturales



En lo alto de una montaña vivía una niña llamada Lola, quien era pastora de un pequeño rebaño de ovejas. Al pie de la montaña, en un bosque frondoso, vivía un leñador llamado Juan.

Ambos se conocían desde hacía mucho tiempo y eran buenos amigos. Una mañana soleada, Lola se preparaba para llevar a su rebaño a pastar por las verdes colinas cuando notó que faltaban dos ovejitas traviesas.

Se preocupó al instante y decidió ir en busca de ellas. Sabía que no podían haber ido muy lejos, así que comenzó a caminar por el sendero en dirección al bosque. Al llegar al borde del bosque, escuchó un leve balido proveniente de entre los árboles.

Siguiendo el sonido, se adentró en el denso bosque y encontró a una de las ovejitas atrapada entre unas ramas espinosas. Con cuidado la liberó y la llevó de vuelta al rebaño.

Lola continuaba preocupada por la segunda ovejita perdida. Fue entonces cuando recordó que Juan, el leñador, tenía un don especial para escuchar los sonidos del bosque. Decidió buscarlo para pedirle ayuda.

Al llegar a la cabaña de Juan, lo encontró afilando su hacha frente a la puerta. "Juan, ¡necesito tu ayuda! Una de mis ovejitas está perdida en el bosque y no sé dónde encontrarla", dijo Lola con angustia.

Juan dejó su hacha a un lado y mirando a Lola con calma respondió: "Tranquila amiga, juntos vamos a encontrarla. Sígueme". Ambos se adentraron en el bosque mientras Juan aguzaba sus sentidos para captar cualquier sonido fuera de lo común.

Después de caminar un rato, escucharon un débil balar que parecía venir desde lo alto de un árbol gigante. Guiados por el sonido, subieron por el tronco hasta encontrar a la segunda ovejita temblando sobre una rama alta y delgada. Con habilidad y paciencia lograron rescatarla sana y salva.

Lola abrazó con gratitud a Juan mientras regresaban al rebaño reunido. Estaba maravillada por la destreza del leñador para interpretar los sonidos del bosque y prometió visitarlo más seguido.

Desde ese día, Lola aprendió a prestar más atención a los sonidos que la rodeaban mientras cuidaba su rebaño en las colinas. Y cada vez que se sentía perdida o confundida, recordaba la valiosa enseñanza compartida junto al sabio leñador Juan: "A veces los sonidos nos guían hacia donde debemos estar".

Y así fue como la amistad entre una niña pastora y un leñador se fortaleció gracias al poder de escuchar atentamente los mensajes que nos envía la naturaleza.

FIN.

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