El Secreto del Abismo
Era un tranquilo atardecer en el pequeño pueblo de Aguas Claras. Pedro, un niño estudioso y curioso, caminaba por el sendero que conducía a una colina. Su familia solía decirle que ese lugar era mágico, pero él no veía nada especial, excepto por el abismo que se extendía justo delante de él.
Un día, mientras Pedro ajustaba sus gafas para ver mejor, escuchó un grito lejano. Se quedó quieto y oyó de nuevo, esta vez más cerca.
- ¡Ayuda! - gritaba una voz anciana desde el abismo.
Pedro, con su corazón latiendo fuerte, se acercó al borde y vio a un anciano atrapado entre unas rocas.
- ¡Por favor, niño! - exclamó el anciano - ¡Ayúdame a salir de aquí! Aunque me encuentro en un moribundo estado, tengo un conocimiento valioso que compartir contigo.
Pedro dudó un momento, pero su dedicación a ayudar a otros fue más fuerte.
- ¡Voy a ayudarte! - respondió decidido.
Con mucha precaución, Pedro encontró una rama larga y devolvió al anciano a la superficie. Una vez en tierra firme, el anciano se sentó y respiró profundamente.
- Gracias, joven. No sé qué habría hecho sin tu ayuda. Te debo una. - dijo el anciano mientras sonreía.
- ¿Qué quería decir con que tiene un conocimiento valioso? - preguntó Pedro, curioso.
- En el fondo del abismo, hay un secreto que permite duplicar la felicidad de aquellos que lo conocen. - explicó el anciano.
Intrigado, Pedro le pidió que le contara más.
- Para acceder a ese secreto, primero debes aprender a encontrar y valorar la felicidad en las pequeñas cosas. La felicidad no siempre está en lo que parece más brillante. A veces, se encuentra en los momentos que pasamos con nuestra familia, en un atardecer o en un simple gesto de bondad.
Pedro escuchaba atentamente mientras el anciano le contaba historias sobre cómo había pasado su vida.
- Cada vez que ayudé a alguien, mi felicidad se multiplicó, y descubrí que en la vida no se trata solo de recibir, sino también de dar. - dijo el anciano con una chispa en sus ojos.
Comenzó a anochecer y Pedro comprendió que era momento de volver a casa.
- Prometo recordarlo. - dijo con determinación. - Haré lo mejor para hacer feliz a los demás.
El anciano sonrió.
- Y recuerda, joven, cada acto de bondad puede causar una onda en el mar de la vida. Una sonrisa puede hacer desaparecer la tristeza. - dijo mientras Pedro se alejaba.
De regreso en casa, Pedro decidió poner en práctica lo que había aprendido. Comenzó a dedicar tiempo a su familia, ayudaba a sus amigos en la escuela y siempre encontraba motivos para sonreír.
Con el tiempo, el pueblo de Aguas Claras floreció. Las risas y los buenos actos se multiplicaron por doquier.
Y así fue como, sin olvidar el abismo ni al anciano, Pedro descubrió que la verdadera felicidad se encontraba en dar y recibir amor, y que cada pequeña acción puede cambiar el mundo.
Un día, miró hacia la colina y sonrió, recordando la lección aprendida. Al atardecer de ese día, en el horizonte, el sol brillaba de una manera especial, como si celebrara los cambios que Pedro había iniciado, mostrando que la felicidad se había duplicado en su vida y en la de los demás.
FIN.