El Secreto del Adivino



En un pequeño pueblo, había una antigua Silla de Madera, tan vieja que muchos creían que guardaba un gran secreto. Los niños del lugar, siempre llenos de curiosidad, se reunían a su alrededor, preguntándose qué misterios podían esconderse tras la regularidad de su superficie. Un día, Camila y su amigo Tomás decidieron investigar...

"¡Tomás, tengo una idea!" - exclamó Camila emocionada. "Podríamos hacer un mapa y encontrar el secreto de la silla!"

"¡Sí!" - respondió Tomás, quien siempre estaba listo para una aventura. "Primero, tenemos que conseguir un silbato, así podemos llamar a alguien si necesitamos ayuda."

Camila sonrió y dijo: "¿Y si compartimos el secreto solo con aquellos que realmente lo merezcan? Como Ana, la pequeña que siempre da lo mejor de sí."

Con su plan definido, los dos amigos fueron al bosque cercano, donde se decía que vivía un extraño adivino. Al llegar, encontraron una pequeña cabaña cubierta de hiedra y flores coloridas. Golpearon la puerta y un anciano de cabello blanco y barba larga les abrió.

"¿Qué desean, pequeños?" - les preguntó con una sonrisa.

"Buscamos el secreto de la silla de madera. Queremos saber qué es lo que esconde."

El adivino los invitó a entrar. "Para descubrir el secreto, deben resolver un acertijo. ¡Pero cuidado! No caigan en ninguna trampa. Aquí todo es un juego de mente."

Con el corazón palpitante, Camila y Tomás escucharon el acertijo: "Soy algo que todos usan, me miro y me miro, pero el rostro jamás mostraré. ¿Qué soy?"

"Una corbata!" - gritó Tomás. "No, espera... tal vez un ordenador."

Los dos comenzaron a discutir.

"¡No!" - dijo Camila frustrada. "¡Es el reflejo!"

El adivino sonrió. "¡Acierto! El secreto de la silla es que, al sentarse, te permitirá soñar y viajar a otros mundos."

Los ojos de los niños se iluminaban; no podían creer que algo tan simple tuviera tal efecto.

"Ahora, deben curar el alma de esa silla,” - dijo el adivino. - “Hagan un lavado de pensamientos negativos, y una vez que lo logren, descubrirán su verdadero poder."

"¿Cómo hacemos eso?" - preguntaron.

"Siempre que alguien se siente a contar un secreto positivo, ella florece. Los buenos pensamientos son su respirador. Serán sus guardianes y protegerán el legado de la silla."

Camila y Tomás corrieron de vuelta al pueblo. Ellos abrazaban el secreto y decidieron que cada viernes, invitarían a todos a sentarse en la silla y contar algo bonito. Así, la silla jamás dejaría de soñar.

Las semanas pasaron y la antigua silla se transformó en el centro de las reuniones. Alrededor de ella, el pueblo crecía unido, lleno de risas y buenas historias. Cada vez que un niño se sentaba en la silla, un nuevo brillo aparecía en su madera.

Un día, Ana, la pequeña talentosa, se sentó y dijo: "Quiero ser astronauta y viajar a las estrellas."

Al escucharla, todos fueron inspirados. Una chispa de deseo llenaba el aire y cada uno empezó a compartir sus sueños, como si la silla estuviera atracando en un océano de creatividad.

La silla de madera se convirtió en un símbolo del amor y la esperanza, recordándoles que incluso un pequeño secreto puede crear un gran cambio. Así, la curiosidad llevó a Camila y Tomás a descubrir que lo más valioso no era el secreto en sí, sino la magia de compartirlo.

Algún tiempo después, el adivino visitó el pueblo.

"¿Y cómo va su silla?" - preguntó.

"¡Es fantástica!" - contestaron emocionados.

"Los sueños son como una caumna, pequeños y frágiles, pero al compartirlos, se hacen fuertes y grandes."

Camila y Tomás se sintieron llenos de gratitud, sabiendo que a partir de esa antigua silla de madera, un pequeño pueblo había renacido.

FIN.

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