El Secreto del Árbol Anciano
En un pequeño pueblo donde la tierra era pura y el polvo cubría las calles, vivía una niña llamada Lila. Ella adoraba explorar los rincones de su barrio, donde cada árbol tenía una historia que contar y cada camino de tierra parecía llevar a un nuevo descubrimiento. Lila pasaba sus días corriendo junto a su amigo Pablo, quien siempre llevaba consigo una pequeña mochila llena de sorpresas.
Un día, mientras exploraban cerca del arroyo que bajaba del cerro llamado 'Cruz del Viento', Lila y Pablo se toparon con un árbol anciano. Sus ramas eran tan grandes que parecían querer tocar el cielo, y su tronco tenía marcas que contaban mil historias de tiempos pasados.
"Mira cuántos años debe tener este árbol, Lila", dijo Pablo asombrado.
"Sí, ¡debe ser más viejo que nuestros abuelos!", respondió Lila.
Mientras caminaban alrededor del árbol, encontraron algo brillante enterrado entre sus raíces. Lila se agachó y, con mucho cuidado, sacó una vieja caja de madera.
"¡Qué extraño! ¿Qué crees que habrá dentro?", preguntó Pablo emocionado.
"No lo sé, pero tenemos que abrirla", dijo Lila con un brillo en sus ojos.
Con un poco de esfuerzo, lograron abrir la caja. Dentro había una serie de cartas antiguas y fotografías de personas que Lila nunca había visto.
"¿Quiénes serán estas personas?", preguntó Lila, mirando la primera carta.
"Tal vez sean nuestros antepasados", sugirió Pablo.
Intrigados por el misterio, decidieron investigar. A través de las cartas, descubrieron historias sobre su pueblo. Había relatos de cómo antes no había pavimento, solo caminos de tierra, y cómo todos se conocían por sus apellidos, algunos de los cuales ya no existían.
"¡Mirá, habla de una capilla!", exclamó Pablo, señalando una foto antigua.
"¡Mi abuelo me contó que él ayudó a taparla!", dijo Lila sorprendida.
A medida que leían, se dieron cuenta de que las cartas hablaban sobre un gran festival que se celebraba cada año en el pueblo, donde todos se unían para compartir comida, juegos y música. Sin embargo, habían pasado tantos años que ni siquiera recordaban cuándo había sido la última vez que lo hicieron.
"Deberíamos hacer algo, revivir esa tradición", sugirió Lila.
"Sí, pero no sabemos cómo", respondió Pablo, un poco desanimado.
Mientras pensaban en cómo contarle a los demás sobre su descubrimiento, se les ocurrió una idea brillante.
"Hagamos una reunión en el parque con todos los vecinos y les contamos lo que encontramos. ¡Podemos organizar el festival nuevamente!", propuso Lila.
"¡Sí!", dijo Pablo, emocionado.
Así fue como, con la ayuda del árbol anciano, Lila y Pablo comenzaron su misión. Se fueron de puerta en puerta invitando a sus vecinos, compartiendo las cartas y las historias que habían descubierto. Cada quien se sumó con alegría y nostalgia, recordando aquel festival que había unido a la comunidad.
El día del festival llegó, y el parque se llenó de risas, música y bailes. Todos compartieron comidas tradicionales, contaron historias de antaño y, por primera vez en mucho tiempo, los apellidos resonaron con orgullo entre los habitantes del pueblo.
Lila y Pablo miraron a su alrededor, felices de ver cómo su simple descubrimiento había revivido el espíritu de comunidad.
"Nunca pensé que un árbol pudiera guardar tantos secretos", dijo Lila.
"Y que un pequeño descubrimiento pudiera cambiar todo", agregó Pablo con una sonrisa.
Desde ese día, el festival no solo se celebró cada año, sino que se convirtió en una tradición que unía a las generaciones, recordando a todos que las raíces del pasado siempre están vivas en el presente. Y así, el árbol anciano se convirtió en el símbolo de su pueblo: un recordatorio de que, aunque el pavimento cubriera los caminos, las historias y la amistad siempre florecerían.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.