El Secreto del Árbol de Navidad
Era la víspera de Navidad en el pequeño pueblo de Villancicos. Todos los habitantes estaban emocionados y preparándose para la celebración. Las luces brillaban en cada hogar y el olor a galletas recién horneadas llenaba el aire. Sin embargo, había un árbol en el centro de la plaza que siempre había sido especial, el Árbol de los Deseos.
Cada Navidad, los chicos del pueblo se reunían alrededor de él para colgar sus deseos escritos en papeles de colores. Pero este año, el árbol había empezado a lucir un poco triste. Sus ramas parecían más escuálidas y su color no era tan verde como solía ser.
Un grupo de amigos —Lola, Tomás y Juani— notó esto mientras caminaban hacia la plaza con un montón de cartas de deseos bajo el brazo.
"Mirá, ¿no parece que el árbol está triste?" - comentó Lola, con una mueca de preocupación.
"Sí, no se ve como el año pasado. Quizás necesita un poco de amor" - respondió Tomás, con un gesto pensativo.
"¿Y si hacemos algo?" - propuso Juani, entusiasmado. "Podríamos decorarlo con cosas que le hagan sentir mejor."
Los amigos comenzaron a llevar ramas y hojas alegres desde sus jardines y a buscar adornos que ya no usaban en casa. Se pusieron manos a la obra y, con risas y buena onda, empezaron a decorar el árbol.
Tras un buen rato, el Árbol de los Deseos comenzó a verse más atractivo y alegre. Los chicos estaban satisfechos con su trabajo, pero algo extraño sucedió: en medio de la decoración, dejaron caer un papel que se había enredado en las ramas. Cuando lo encontraron, vieron que estaba lleno de dibujos de todos los niños del pueblo.
"¡Miren esto!" - exclamó Juani, sosteniendo el papel.
"Esos son nuestros deseos, pero… ¿y si hacemos algo más?" - dijo Lola, con una sonrisa traviesa. "Podemos hacer que todos los niños del pueblo lo vean."
Tomás iluminó su rostro con una idea. "¡Hagamos una fiesta sorpresa de Navidad! Invitemos a todos a que vengan y cuelguen sus deseos en el árbol después de decorarlo juntos!"
Los tres comenzaron a planear la fiesta. Fueron casa por casa, invitando a todos los niños del pueblo.
"¡No olviden traer sus deseos y un adorno para el árbol!" - decía Juani emocionado.
"Esto va a ser genial!" - agregaba Tomás.
En la noche del evento, la plaza brillaba con luces y los niños reían mientras corrían de un lado a otro, llevando sus adornos. Una música festiva llenaba el aire y el olor de las galletas horneadas llenó el ambiente.
Todos se reunieron alrededor del árbol y comenzaron a colgar sus deseos. El árbol, que antes se veía triste, empezó a cobrar vida. Con cada deseo que se colgaba, sus ramas brillaban más y más.
"Mirá cómo se ilumina, es mágico!" - gritó Lola, mientras colgaba su estrella dorada.
"Sí! Creo que el árbol está feliz, como nosotros!" - dijo Tomás.
"¡La Navidad es mucho mejor cuando la compartimos!" - agregó Juani.
Al final de la noche, el árbol no sólo estaba cubierto de adornos y deseos, sino que también llenaba el aire con risas y alegría. Y así, con la caja de deseos desbordando y la plaza iluminada, todos supieron que la verdadera magia de la Navidad no estaba en cada adorno o carta, sino en la unión y la amistad.
Desde entonces, el Árbol de los Deseos se ha convertido en el símbolo del pueblo, recordando a todos que cada año la Navidad es una oportunidad para compartir, crear recuerdos juntos y, sobre todo, hacer sentir a otros que no están solos, porque juntos son más fuertes.
FIN.