El secreto del fantasma amistoso


Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas, tres niños llamados Martina, Juan y Sofía. Vivían en una casa grande y acogedora junto a sus padres y su perro fiel, Pichicho.

Les encantaba jugar juntos en el jardín, correr por los campos y descubrir nuevos secretos en el bosque cercano.

Una fría mañana de invierno, mientras la nieve caía suavemente sobre el pueblo, los tres niños decidieron explorar una antigua casona abandonada al otro lado del lago congelado. Se decía que la casa estaba embrujada por un fantasma que asustaba a cualquiera que se acercara.

Martina, valiente como era, propuso: "¡Vamos a desafiar al fantasma! Seguro es solo una historia inventada para asustar a la gente". Juan y Sofía dudaban un poco, pero finalmente aceptaron seguir a su amiga hasta la misteriosa casona. Al llegar a la casa, sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos.

Las ventanas rotas dejaban entrar ráfagas de viento helado y los árboles crujían amenazadoramente. Sin embargo, decidieron entrar con paso firme. Dentro de la casona encontraron habitaciones polvorientas y muebles cubiertos por sábanas viejas. De repente, escucharon un ruido proveniente del piso superior.

El corazón les latía con fuerza mientras subían las escaleras lentamente. Al llegar al último piso, vieron una figura translúcida moviéndose entre las sombras. Era el supuesto fantasma de la casa.

Martina se adelantó y le dijo: "¿Por qué asustas a la gente? ¿Qué es lo que quieres?". El fantasma parecía triste y solitario. "Soy el espíritu de María, quien vivió aquí hace muchos años", respondió el fantasma con voz suave.

"Me quedé atrapada en este lugar después de mi muerte y desde entonces busco compañía sin lograrlo". Los niños sintieron compasión por María e idearon un plan para ayudarla a encontrar paz.

Decidieron organizar una noche especial en honor a ella dentro de la casona: prepararon comida caliente, encendieron velas por toda la casa y tocaron música alegre para alegrar el ambiente. Pichicho también participó llevando su pelota favorita para entretener al fantasma con juegos divertidos.

Pronto María comenzó a sonreír ante tanta atención y cariño recibido por parte de los niños. Finalmente, llegó el momento de despedirse. María les dio las gracias con lágrimas en sus ojos antes de desaparecer lentamente entre destellos brillantes.

Desde ese día en adelante, la casona abandonada ya no fue vista como un lugar terrorífico por los habitantes del pueblo; ahora era recordada como el sitio donde tres valientes niños ayudaron a liberar al amable espíritu de María.

Martina, Juan y Sofía aprendieron que no todo lo desconocido es malo ni debe ser temido; a veces solo necesita amor y comprensión para transformarse en algo maravilloso.

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