El secreto del jardín de Tobías
Era un lindo día en el campo y el sol brillaba cálido sobre las flores que danzaban suavemente con el viento. Tobías, un niño de apenas 4 años, corría por el jardín de su abuela, maravillado con los colores y aromas que lo rodeaban. En su inocente curiosidad, quería descubrir el secreto de cómo crecían las plantas a su alrededor.
"¡Abuela! ¿Cómo crecen las flores?" - preguntó Tobías, acercándose a una hermosa margarita.
"Las flores crecen gracias a la tierra, el agua, el sol y un poco de amor, mi amor." - respondió su abuela, acariciándolo con una sonrisa.
Tobías se quedó pensativo, tratando de imaginar esos ingredientes mágicos. Sin embargo, su curiosidad los llevó a algo más: "¿Puedo ayudar a que crezcan más flores?" - insistió el pequeño.
La abuela sonrió, comprendiendo la chispa de su nieto. "Por supuesto, ¡podemos plantar unas semillas! Te enseñaré cómo hacerlo."
Ambos se dirigieron al cobertizo donde su abuela guardaba herramientas de jardinería. Tobías miraba con gran atención mientras su abuela sacaba una pequeña pala y un paquete de semillas coloridas.
"Estas son semillas de girasol, y cuando las plantemos, necesitarán agüita y sol, para que crezcan tan altas que parezcan tocar el cielo."
Con entusiasmo, Tobías ayudó a cavar pequeños huecos en la tierra con su mini pala. "¡Yo quiero hacer uno!" - gritó, saltando de emoción. Su abuela le dejó que plantara la primera semilla. Con manos temblorosas pero decididas, el pequeño cubrió la semilla con tierra.
"¡Listo! Ahora sólo debemos esperar. ¿Cuánto tiempo tardará?" - preguntó, mirando ansiosamente el pequeño montículo de tierra.
"Unas semanas, quizás. Pero cada día hay que cuidarla, regarla y esperar a que el sol le dé su calorcito." - explicó la abuela.
Tobías se comprometió a cuidar su semilla y prometió ir cada día a mirar su progreso. Pasaron los días y Tobías seguía ansioso, haciendo fila en su mente para ver su germinación. Sin embargo, al principio no pasó nada. Un día, decidió ir a investigar a la cerca del jardín.
"¡Hola, plantitas! ¿Están ahí?" - gritó con toda su fuerza. Pero no recibió respuesta. Se sentó en el suelo, decepcionado.
"Tal vez no estoy haciendo bien las cosas." - se dijo a sí mismo, con un suspiro.
Al siguiente día, su abuela lo notó preocupado. "Tobías, ¿qué te pasa?" - le preguntó, sentándose a su lado.
"No crece, no crece..." - dijo el niño con la voz quebrada.
La abuela lo abrazó y le dio la mano. "Las plantas tienen su propio tiempo, cariño. A veces, necesitamos ser pacientes, como el girasol. Ellos también deben esperar a que el clima sea perfecto para brotar."
Con esas palabras, Tobías comprendió que no todo podía suceder instantáneamente. Decidió ser paciente y continuar regando la tierra.
Al cabo de una semana, una pequeña y tierna hoja comenzó a asomarse entre la tierra.
"¡Abuela, mira!" - gritó con sorpresa.
"¡Lo logramos!" - respondió su abuela, riendo de alegría.
Todos los días, Tobías regó su planta y la observaba crecer. En poco tiempo, el pequeño girasol comenzó a levantarse, creciendo más alta cada día, como un niño que descubre el mundo.
"¡Ya está casi tan alta como yo!" - exclamó Tobías, saltando de felicidad.
Un día, cuando el girasol floreció, sus pétalos amarillos brillaban bajo el sol, y Tobías sonrió, sintiendo que había logrado algo maravilloso.
"Gracias, girasol, por enseñarme sobre la paciencia y el amor. ¡Eres mi mejor amigo!" - susurró el pequeño, sintiéndose orgulloso.
Desde ese día, Tobías no solo cuidó a su girasol, sino que también empezó a ayudar en el jardín, plantando otras flores, compartiendo su nuevo conocimiento con los demás. El niño de 4 años se convirtió en el mejor jardinero del campo, haciendo del cuidado de las plantas una aventura que compartía con todos los que amaba. Y así, sin darse cuenta, Tobías aprendió que el amor y la paciencia son las semillas que hacen crecer las cosas más hermosas.
Y, cada vez que veía a sus girasoles ondear gracias al viento, sonreía, recordando que todo en la vida tiene su tiempo.
FIN.