El Secreto del Jardín Encantado


En un pequeño pueblo, vivían dos hermanos llamados Juanito y Martina. Les encantaba jugar juntos, especialmente en el jardín de su abuela, donde crecían las flores más hermosas y sabrosas frutas. Un día, mientras exploraban el jardín, descubrieron un arbusto de frutillas muy especial. Las frutillas lucían pequeñas chispas de colores brillantes y desprendían un delicioso aroma a chocolate. Los hermanos no podían resistirse a probarlas. Al dar un mordisco, las frutillas les dieron una risita dulce y les dieron un besito en la mejilla.

- ¡Qué frutillas tan especiales! -exclamó Martina con asombro.

- Son mágicas, hermanita. Seguro que esconden un secreto -dijo Juanito con entusiasmo.

Decidieron recolectar varias frutillas y llevarlas a su abuela, quien era conocida en el pueblo por ser una gran sabia. La abuela examinó las frutillas con curiosidad y les explicó que aquellas frutillas eran especiales, ya que guardaban el secreto de la alegría. Les dijo que si plantaban las semillas de esas frutillas en un lugar especial, crecería un arbusto lleno de frutas mágicas que traerían risitas y besitos a todos los que las probaran.

Emocionados, Juanito y Martina buscaron el lugar más especial del jardín para plantar las semillas y cuidaron de ellas con mucho amor. Pasaron los días, las semanas y las frutas finalmente empezaron a crecer. El arbusto de frutillas se llenó de las frutas más deliciosas y mágicas que jamás habían visto. Decidieron invitar a todo el pueblo a probar las frutas y compartir la alegría que habían descubierto.

Todos se reunieron en el jardín y, al probar las frutas mágicas, no pudieron evitar soltar risitas de felicidad y dar besitos de alegría a sus seres queridos. El jardín se llenó de risas y amor, y la noticia de las frutas mágicas se esparció por todo el pueblo. La alegría se multiplicó y la bondad creció en los corazones de todos los habitantes.

Desde ese día, el jardín de la abuela se convirtió en un lugar lleno de magia y amor, donde todos podían disfrutar de las frutas mágicas y compartir risitas y besitos sabrositos con quienes más querían. Juanito y Martina aprendieron que la verdadera magia reside en compartir la alegría con los demás y que un pequeño gesto puede hacer una gran diferencia en el mundo.

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