El Sembrador Mágico



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Verdilandia, un joven llamado Simón. Simón soñaba con ser un gran agricultor y tener los mejores cultivos del país, pero en su tierra las plantas no crecían como él quería. Un día, mientras paseaba por el campo, se encontró con un anciano que parecía tener un aire misterioso.

"¿Quién sos?" - preguntó Simón curioso.

"Soy el Sembrador Mágico" - respondió el anciano con una sonrisa. "He estado observando tus esfuerzos y quiero ayudarte".

Simón no podía creer lo que escuchaba.

"¿De verdad? ¿Cómo podés ayudarme?"

"Te enseñaré sobre las semillas especiales. Hay diferentes tipos que crecen en diversos terrenos. Solo debes saber cuál plantar en cada lugar" - dijo el Sembrador Mágico.

Juntos, caminaron por el campo y el anciano le mostró distintas semillas.

"Esta es la semilla de la esperanza – explicó el anciano - ; crece en la tierra llena de amor y cuidado. La semilla de la inteligencia, que florece en la tierra del conocimiento, y la semilla de la amistad, que prospera en la tierra del compartir."

Simón se emocionó.

"¡Quiero plantar todas!" - exclamó.

"Ten cuidado, hijo. Cada semilla necesita su espacio. Si plantas todo junto, no florecerá bien" - advirtió el anciano. Simón, ansioso, empezó a plantar semillas de esperanza, de inteligencia y de amistad, pero lo hizo todo en el mismo lugar, una gran confusión de colores y formas.

Pasaron los días y Simón regó la tierra con mucho cuidado. Sin embargo, al llegar la primera semana no vio nada más que hierbas a su alrededor. Se sintió decepcionado.

"¿Por qué no crecen?" - preguntó al Sembrador Mágico.

"¡Ah! No has seguido las instrucciones, mi joven amigo. Recuerda que cada semilla tiene su propio espacio y necesita el trato adecuado."

Simón reflexionó sobre lo que el anciano le dijo. Entonces, decidió darle una nueva oportunidad a sus semillas. Esta vez, organizó todas las semillas por separado y les dio el espacio y el cuidado que necesitaban.

Pasó el tiempo y, poco a poco, brotaron hermosas plantas. La tierra de la esperanza floreció, sus hojas verdes llenas de alegría, la tierra de la inteligencia se llenó de flores brillantes y la tierra de la amistad brotó una enredadera llena de coloridos y alegres pétalos.

"¡Mirá, parecen un arcoíris!" - gritó Simón emocionado al ver las flores.

"¡Exactamente! Cada semilla tiene su propio brillo y belleza - respondió el Sembrador Mágico -; así como en la vida, cada amigo, cada idea y cada sueño necesita su propio cuidado".

Simón se dio cuenta de que no solo se trataba de plantar; se trataba de comprender y respetar el crecimiento de cada cosa.

"Gracias, Sembrador Mágico, por tu sabiduría. Ahora sé que, para cultivar lo que quiero en la vida, debo cuidar, respetar y dar espacio a cada cosa" - dijo Simón, con una gran sensación de gratitud.

Finalmente, Simón se convirtió en un gran agricultor y su tierra se llenó de color y alegría. Y, a partir de entonces, cada vez que alguien le pedía consejo, Simón recordaba al Sembrador Mágico y enseñaba a otros sobre el amor y el cuidado en cada pequeño crecimiento. Así, Verdilandia se transformó en un lugar donde germinaban sueños y cultivaban amistades, todo gracias a la magia de las semillas y a su amigo, el Sembrador Mágico.

Y así, la pequeña aldea vivió feliz, en un mundo bañado de colores, risas y lecciones aprendidas sobre el respeto, la amistad y el amor por la tierra.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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