El Señor Malo y su Culpita
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Sonrisas, un señor muy malo llamado Don Tortugo. Era conocido por todos porque siempre hacía travesuras a los niños: les escondía sus juguetes, rompía sus barriletes y se reía de ellos cuando lloraban. Nadie se atrevía a acercarse a él, ya que imponía miedo con su voz fuerte y su mirada seria.
Un día, mientras Don Tortugo estaba sentado en un banco del parque, escuchó unas risitas que venían del columpio. Al mirar, vio a dos niños, Lila y Tomi, jugando con un nuevo juego de mesa. En un arranque de maldad, se acercó sigilosamente y les arrojó agua sobre el tablero, arruinando su partida.
"¡Ja! ¡Vaya forma de jugar, chicos!" - rió Don Tortugo, sintiéndose poderoso.
Pero en vez de enojarse, Lila y Tomi se miraron y sonrieron.
"No importa, Don Tortugo, podemos jugar de nuevo. ¡Nos divertimos igual!" - dijo Lila con voz dulce.
Esto hizo que un pequeño giro ocurriese dentro de Don Tortugo. Se sintió extraño, como si algo en su interior se estuviera moviendo. No entendía por qué, pero no le gustaba que los niños fueran tan felices a pesar de su travesura.
Esa noche, mientras Don Tortugo se preparaba para dormir, un sentimiento incómodo comenzó a invadirlo. Su corazón, normalmente duro como una piedra, parecía sentirse cada vez más pesado. Recordó las risas de Lila y Tomi y cómo, a pesar de ser cruel con ellos, no le guardaron rencor.
"¿Por qué no puedo ser como ellos?" - se preguntó en voz alta, mirando a la luna a través de su ventana.
Al día siguiente, cuando salió a pasear, decidió hacer un intento por ser bueno. Se encontró con un grupo de niños que estaban intentando volar un barrilete, pero no podían hacerlo porque tenían la cuerda enredada. Sin pensarlo mucho, Don Tortugo se acercó y decidió ayudar.
"¡Hola, chicos! ¿Necesitan una mano?" - dijo, tratando de sonar amistoso.
Los niños se miraron con desconfianza, pero dejaron que Don Tortugo se acercara.
"No te lo tomes a mal, Don Tortugo, pero... ¿por qué querrías ayudarnos?" - preguntó Tomi, todavía con algo de respeto.
"Porque... creo que quiero hacer algo bueno hoy. Pongan la cuerda en mis manos, voy a desenredarla" - respondió, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
Mientras desenredaba la cuerda, vio a los niños sonriendo y riendo mientras corrían tras el barrilete que finalmente volaba alto en el cielo. Por primera vez, Don Tortugo sintió que su interior se llenaba de algo que nunca había experimentado.
Cuando terminó, los niños aplaudieron y lo miraron con alegría.
"¡Gracias, Don Tortugo! Sos increíble!" - gritó Lila, emocionada.
En ese momento, Don Tortugo, en vez de irse como hacía normalmente, decidió quedarse un poco más.
"¿Quieren que juguemos juntos?" - preguntó, sintiendo una mezcla de nerviosismo y esperanza.
Los niños, sorprendidos pero entusiasmados, aceptaron. Pasaron el resto de la tarde jugando juntos, riendo y compartiendo historias. Don Tortugo no podía creer lo divertido que era ser parte de un grupo que no lo miraba con miedo.
Desde ese día, Don Tortugo hizo un esfuerzo por cambiar. Aprendió que, a veces, la culpa puede ser una señal de que algo no está bien en nuestra forma de actuar, y que está en nosotros cambiarlo. El señor que una vez había hecho tantas travesuras se volvió un amigo y protector de todos los niños de Sonrisas.
Así, Don Tortugo se transformó en Don Turtu, el héroe del parque, y todos los niños lo abrazaban al verlo, sin recordar ya la época en que él era el temido señor malo. Y a cada paso que daba junto a ellos, su corazón se iba llenando de alegría y amor.
Y así, el pueblo de Sonrisas aprendió que a veces las personas pueden cambiar si apenas les damos una oportunidad y que aunque la culpa puede ser pesada, el amor y la bondad son aún más fuertes para liberarnos de ella.
FIN.