El Señor y su Perro Libre
Había una vez en un tranquilo barrio, un señor llamado Don Javier. Don Javier era un hombre mayor que vivía solo en su casa, acompañado solo por su perro, un gran y animal perro llamado Max. Sin embargo, había un problema: Max siempre estaba amarrado a una cadena, como si fuera un prisionero.
Don Javier solía decir: "Es que Max es un perro muy inquieto. Si lo suelto, podría escaparse y perderse. ¡No puedo arriesgarme!"
Así que Max pasaba sus días mirando por la ventana, anhelando correr libremente por el parque y jugar con otros perros. Sin embargo, Don Javier no lo entendía y pensaba que estaba siendo un buen dueño al manterlo seguro.
Un día, mientras Don Javier estaba en el parque, un grupo de niños vino a jugar a la pelota. Uno de ellos, muy travieso, le lanzó la pelota sin querer hacia Don Javier. "¡Cuidado, abuelo!" -gritó el niño. Pero Don Javier estaba tan distraído que tropezó y cayó al suelo. Los policías que pasaban por allí lo vieron y, pensando que estaba haciendo algo malo, decidieron llevarlo a la comisaría para aclarar la situación.
En la cárcel, Don Javier tuvo tiempo para reflexionar. "¿Qué estoy haciendo aquí?" –pensó. Observó a las personas alrededor suyo, algunas reían, otras estaban tristes, pero todos deseaban estar en otro lugar. Esa noche, en su celda, sintió una profunda soledad. "¿Así es como se siente estar prisionero?" –se dijo a sí mismo con tristeza.
Después de unos días, Don Javier fue liberado. Al volver a casa, encontró a Max mirando por la ventana, su cola moviéndose frenéticamente al ver a su dueño. "Max, ¡soy yo!" -exclamó con alegría, abrazándolo.
Sin embargo, la felicidad de Don Javier se volvió extraña cuando miró a su perro, amarrado a su cadena. Se dio cuenta de que él también había estado prisionero, aunque en otro sentido. "Max, mi querido amigo, ¡no puedo seguir así!" -gritó con fuerza. "Perdóname por haberte tenido atado todo este tiempo. No sabía lo que era ser prisionero. Te prometo que a partir de hoy, serás libre!"
Max miró a su dueño con grandes ojos llenos de comprensión, como si supiera que esa promesa era importante.
Con manos temblorosas, Don Javier desató a Max de su cadena. "¡Vamos, Max!" -dijo emocionado, dándole un paseo por el parque. Max corrió feliz, saltando entre los árboles, olfateando cada rincón como si fuera la primera vez que veía el mundo.
"¡Mira cómo corres!" -gritó Don Javier, riendo mientras su perro se lanzaba a jugar con otros perros.
Pasaron los días, y cada tarde, Don Javier y Max exploraban juntos. Descubrieron nuevos lugares, hicieron amigos e incluso organizaban picnics en el parque con otros dueños de perros. "¡No puedo creer lo que me estaba perdiendo!" -exclamaba cada vez que lo veía correr libremente.
Un día, mientras paseaban por el bosque, se encontraron con un grupo de niños jugando a buscar tesoros. "¿Puedo jugar también?" -preguntó Don Javier, lleno de energía.
"¡Sí!" -respondieron los niños emocionados.
Así que, junto a Max, se unieron a la aventura de búsqueda, cavando y saltando con alegría.
A partir de entonces, Don Javier se transformó en un hombre lleno de vida, siempre buscando nuevas aventuras junto a su querido perro. Él aprendió que la verdadera felicidad no estaba en mantener a alguien amarrado por miedo, sino en darles la libertad y disfrutar juntos de la vida.
Y así, Don Javier y Max vivieron años de felicidad, corriendo libres por el parque, haciendo nuevos amigos y, sobre todo, recordando que la libertad y la amistad son dos de los mayores tesoros de la vida.
Y cada vez que Don Javier miraba a Max, sonreía y le decía: "Gracias por enseñarme a ser libre, amigo mío."
FIN.