El Silbador de Huesos
En un pequeño pueblo rodeado de montañas vivía un hombre conocido como Don Silvio. Era un hombre de aspecto peculiar; vestía una gran capa de color marrón y siempre llevaba un saco a cuestas. Pero lo que más llamaba la atención de Don Silvio era su silbido. ¡Silbaba todo el día! Desde que salía de su casa hasta que regresaba, su melodía flotaba en el aire, llenando el pueblo de alegría.
Un día, mientras caminaba por el mercado del pueblo, un grupo de niños que jugaba entre las verduras corrió hacia él.
- ¡Don Silvio! - gritaron al unísono - ¿Qué llevas en tu saco?
Don Silvio sonrió y, con un gesto dramático, bajó el saco para que los niños pudieran ver su contenido. La curiosidad iluminó los ojos de todos ellos.
- ¡Miren! - dijo mientras abría el saco - Son huesos.
- ¿Huesos? - preguntó Juanita, la niña más pequeña - ¿Para qué sirven?
- Estos huesos son muy especiales - respondió Don Silvio, recuperando su tono melodioso - Con ellos, puedo hacer música.
Los niños intercambiaron miradas confusas, pero el hombre continuó:
- Cada hueso tiene un sonido único. Algunos son graves, otros agudos, y juntos forman una hermosa melodía.
Intrigados, los niños quisieron probar. Don Silvio sacó un hueso alargado, parecido a un tambor.
- ¿Quieren intentarlo? - preguntó con entusiasmo.
- ¡Sí! - gritaron.
Don Silvio les dio el hueso a los niños, quienes comenzaron a golpearlo suavemente, creando ritmos que resonaban en el aire. Don Silvio, al ver su entusiasmo, decidió enseñarles cómo cada hueso podía formar parte de una orquesta.
- La música es algo mágico, niños. Nos une a todos y nos permite expresar lo que sentimos. - les dijo mientras sacaba más huesos del saco.
Y así, durante horas, los niños aprendieron a tocar con los huesos, creando melodías y riendo juntos. Sin embargo, mientras todos se divertían, un viento fuerte comenzó a soplar, provocando que el saco de Don Silvio se volara hacia la colina.
- ¡Noooo! - exclamaron los niños.
- No se preocupen - dijo Don Silvio con calma - Vamos a buscarlo. ¡La aventura está por comenzar!
Los niños se lanzaron en busca del saco, corriendo tras el fuerte viento. Al llegar a la cima de la colina, encontraron el saco atrapado entre unos arbustos junto a un gran abeto. Pero cuando intentaron acercarse, un grupo de aves grandes y coloridas se posó sobre el saco, protegiendo lo que había dentro.
- ¿Qué hacemos? - preguntó Tomás, un niño con voz temblorosa.
- Recordemos, la música nos unió - sugirió Don Silvio - ¿Qué tal si les tocamos una melodía? Quizás se sientan atraídas por el sonido y se vayan.
Los niños seguían un poco dudosos, pero empezaron a tocar juntos, combinando los ritmos de los huesos y creando una sinfonía mágica. Las aves, intrigadas por la música, comenzaron a moverse al compás del sonido. Una a una, fueron alejándose del saco, encantadas por la música.
- ¡Lo logramos! - exclamaron los niños al ver que el saco estaba libre.
Don Silvio se acercó cautelosamente, y con una sonrisa, recogió su saco.
- Muy bien, chicos. ¡Ahora sabemos que la música puede resolver muchas cosas! - afirmó mientras caminaba de vuelta al pueblo.
Los niños, emocionados, no solo habían aprendido a tocar, sino que también descubrieron el poder de la música y la importancia de trabajar juntos. Desde entonces, Don Silvio y los niños se reunían todos los miércoles en la plaza para hacer música alegremente.
Y así, en un pequeño pueblo, el silbido de Don Silvio y el sonido de los huesos trajeron alegría a todos los corazones.
Fin.
FIN.