El Silencio de Hércules



En un tranquilo barrio de Buenos Aires, vivía un perro llamado Hércules. Era un enorme y amistoso mastín que pasaba sus días jugando en la plaza con los niños del barrio y cuidando a su dueña, la abuela Rosa. A todos les encantaba su característico aullido, que sonaba como una canción melodiosa que alegraba a cualquiera que lo escuchara. Pero un día, de repente, el perro dejó de aullar.

La noticia se esparció rápidamente entre los vecinos.

- ¿Qué le habrá pasado a Hércules? - preguntaba doña Clara, mientras tomaba mate con su amiga Cata.

- Siempre aúlla con tanta fuerza. ¡Es raro que no lo haga! - dijo Cata, preocupada.

Mientras tanto, los niños se acercaron a Hércules, que estaba echado en el patio de su casa, con una mirada triste.

- ¡Hércules! - gritó Lucas, uno de los niños. - ¿Por qué no aúllas más? ¡Te extrañamos!

Hércules movió su cola, pero nada más. Su silencio era desconcertante. Los niños, preocupados por su amigo, decidieron que debían hacer algo. Así que formaron un plan.

- Vamos a hacer un concurso de aullidos mañana a la tarde - propuso Sofía, la más creativa del grupo. - Si logramos que Hércules participe, tal vez recupere su voz.

La idea entusiasmó a todos. En la plaza, pusieron carteles: “¡Gran Concurso de Aullidos! Todos están invitados, especialmente Hércules”. Al día siguiente, la plaza se llenó de chicos con sus mascotas, listos para mostrar sus mejores aullidos.

Cuando llegó la hora del concurso, los niños tomaron turnos para aullar. Había aullidos altos, bajos, disfrazados y hasta algunos que sonaban como gentes hablando.

- ¡Esto es divertido! - gritó Julián, uno de los más pequeños.

Pero a medida que pasaba el tiempo, Hércules seguía en silencio, observando todo desde el costado. Los niños se sintieron un poco desanimados, pero Sofía decidió hacer algo.

- Quiero que todos juntos aullemos por Hércules. Tal vez él lo escuche y quiera unirse. - dijo, con energía.

Así que tomaron aire y, al unísono, comenzaron a aullar. ¡Era un sonido tan fuerte y divertido que hizo eco en toda la plaza! De repente, algo increíble ocurrió. ¿Qué fue? Hércules empezó a mover sus patas, se levantó, y aunque no aullaba, su cola movía como un ventilador.

- ¡Miren, miren! - gritó Lucas. - ¡Hércules se está emocionando!

Los niños continuaron aullando y, en un momento mágico, Hércules abrió su boca y, ¡PUM! , dejó escapar un espectacular aullido que resonó por todo el barrio.

- ¡Hurra! - gritaron todos.

El aullido de Hércules era más fuerte que nunca, y con él, la alegría regresó al corazón del perro. Después del concurso, se acercó a los niños y les lamió las manos, lleno de gratitud.

- Gracias, amigos. ¡No sabía que me extrañaban tanto! - dijo Hércules con su mirada tierna.

Los niños sonrieron y se abrazaron a su gran amigo. Comenzaron una nueva tradición en el barrio: el “Día del Aullido de Hércules”, donde cada año recordaban lo importante que es compartir momentos y demostrar cariño hacia los seres que queremos.

Desde ese día, Hércules jamás dejó de aullar. Cada aullido vino lleno de amor y amistad, recordándoles a todos que a veces, en los momentos de silencio, el verdadero espíritu está cerca, esperando un poco de aliento para volver a brillar.

FIN.

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