El Silencio de la Noche



Había una vez en un pequeño y tranquilo pueblo llamado Serenidad, donde los ruidos de la noche eran tan suaves como el murmullo de un arroyo. Los habitantes de este lugar valoraban el silencio nocturno, especialmente los más pequeños, quienes sabían que, cuando el sol se ocultaba, era momento de descansar.

Una noche, una niña llamada Lucía decidió que era hora de una gran aventura. Con su linterna en mano, salió al patio y gritó emocionada:

- ¡Miren, esto es increíble! ¡Aventuras bajo la luna llena!

De repente, su grito resonó por todo el vecindario. A pocos metros, su perro, Tobi, alzó las orejas y salió corriendo hacia ella.

- ¿Qué pasa, Lucía? - preguntó Tobi, un poco confundido.

- ¡Vamos, Tobi! ¡Es hora de explorar! - respondió Lucía sin darse cuenta de que su emoción había despertado a los demás.

Al poco tiempo, las luces encendidas empezaron a aparecer en las ventanas de las casas cercanas. Don Juan, el vecino de Lucía, salió de su casa con cara de preocupación.

- ¿Qué está pasando aquí, Lucía? ¡Es muy tarde para andar gritando! - dijo con un tono serio.

- ¡Pero Don Juan, estoy viviendo una aventura! - exclamó Lucía, aunque en su interior comenzó a sentir un poco de culpa.

Con los otros vecinos despertando, la noche que prometía ser mágica comenzó a transformarse.

- ¡Silencio! ¡Es hora de dormir! - gritó doña Rosa desde su ventana.

- ¡Pero necesito jugar! - replicó Lucía, asustada por haber causado tanto alboroto.

Tobi, viendo el rostro preocupado de su dueña, le ladró gentilmente.

- Quizás debas pensar en esto, Lucía. Los ruidos fuertes asustan a los animales y pueden despertar a los que necesitan descansar.

- Pero yo solo quería divertirme… - dijo Lucía con voz baja.

De repente, se oyó un nuevo ruido en el fondo del patio, un crujido que hizo que Lucía se congelara. Tobi ladró una vez más, y juntos se acercaron a averiguar qué era. Allí, en el rincón del jardín, encontraron a Gato, el curioso felino del vecindario, mirando alrededor como si estuviera perdida.

- ¡Ayuda! No puedo encontrar mi camino de regreso porque ustedes gritan tanto - dijo Gato, mientras miraba con ojos grandes y asustados.

- Lo siento, Gato, no quise asustarte - respondió Lucía, dándose cuenta de que no solo los humanos se alteran con el ruido.

Esa situación llevó a Lucía a pensar en lo que había hecho.

- Gato, espero que me perdones. No volveré a gritar de noche, ¡prometo que dormiré temprano! - dijo Lucía mirando a su alrededor.

- Dormir temprano es lo mejor, así todos podemos soñar tranquilos - comentó Tobi, moviendo la cola.

Al darse cuenta del problema que habían causado, Lucía, Tobi y Gato decidieron hacer una gran reunión en el patio, pero para hacerlo en silencio.

- Podemos contar historias susurradas - sugirió Tobi.

- ¡Sí! Historias de aventuras que podamos vivir mientras dormimos - añadió Lucía, ilusionada.

Así fue como esa noche, bajo la luz de la luna, los tres se sentaron en el pasto y comenzaron a contar historias en voz baja. El susurro de sus palabras se convirtió en una melodía tranquila que llenó la noche de magia.

Desde esa noche, Lucía nunca volvió a gritar. Cada vez que veía que el sol se ocultaba, se recordaba a sí misma que el silencio nocturno era un regalo para todos. Y así, el pueblo de Serenidad continuó siendo un lugar donde las aventuras podían vivirse en los sueños, en un susurro, como un secreto compartido bajo las estrellas.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Recuerda, pequeño, que gritar en la noche no solo despierta a los demás, sino que también aleja la magia de los sueños.

FIN.

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