El Silencio de los Árboles
En un rincón remoto de la selva amazónica, donde la vida vibraba en cada hoja y cada rincón contaba una historia milenaria, un rugido rompió la calma. Era una máquina taladora, operada por un hombre llamado Ramón. Su jornada comenzaba cada mañana, pero hoy, algo diferente estaba por suceder.
"¡Qué bien que está el día para trabajar!"- gritó Ramón, mientras iniciaba la máquina. Pero al hacerla rugir, no se dio cuenta de que detrás de él, los árboles comenzaron a susurrar entre ellos.
"No, no, no. Hoy no, por favor"- murmuró un viejo árbol de ceiba, con su tronco ancho y fuerte. "Ya hemos dado mucho, y los pájaros nos necesitan"- añadió una palmera que crecía a su lado.
Los árboles, todos conectados por sus raíces y energía, se llenaron de preocupación. Sabían que cada corte representaba un hogar perdido para muchas criaturas del bosque. En ese momento, una pequeña ardilla llamada Tico decidió actuar.
"¡No podemos quedarnos de brazos cruzados!"- exclamó Tico, con su voz aguda y decidida. "Debemos hacer algo antes que sea demasiado tarde"-
Un grupo de animales se reunió pronto. Había un loro llamado Liri, que siempre soñaba con volar alto, un mapache llamado Kiko, experto en robar nueces, y Berta, una tortuga sabia que había visto mucho a lo largo de su vida.
"Tico tiene razón. ¡Hay que detener a Ramón!"- dijo Liri, volando cerca del humano. "Si continúa, no habrá más selva"-.
Berta, con su voz pausada y tranquila, sugirió: "Podemos intentar hablar con él. Tal vez no se da cuenta de lo que está causando"-.
Así que, mientras Ramón seguía su trabajo, los animales se pusieron en marcha. Primero, Tico se subió a la máquina que talaba.
"¡Eh, Ramón!"- gritó Tico, asomándose por la ventana de la máquina. "¿No ves lo que haces? Estás arrasando nuestro hogar"-.
Ramón, sorprendido, miró hacia arriba "¿Quién hablaba?"- se preguntó, atónito al ver un pequeño ratón hablando. "Seguramente son las ganas de descanso que me hacen ver cosas"- pensó, y continuó con su trabajo.
No rendidos, los animales idearon otro plan. Liri, volando alto, dejó caer una rama sobre la máquina, y Kiko, el mapache, comenzó a hacer ruidos rítmicos y repetidos. La combinación hizo que Ramón se detuviera y mirara a su alrededor.
"¡Ya basta!"- exclamó confundido. "Estoy seguro de que oí algo…"- y decidió bajarse de la máquina para investigar.
Cuando lo hizo, se encontró rodeado de todos los animales de la selva.
"¡Sorpresa!"- dijo Tico, mientras todos los animales se asomaban ante su presencia."Te hemos estado observando, Ramón. No vinimos a hacerte daño, pero sí a contarte algo importante"-.
Ramón se quedó boquiabierto ante la escena que tenía delante. "¿Pueden hablar?"- balbuceó.
"¡Por supuesto!"- respondió Kiko, moviendo su cola de lado a lado. "Estamos aquí porque todos vivimos en esta selva y cada árbol es nuestra casa. Te pedimos que pares la tala, porque no solo estamos en peligro nosotros, ¡sino toda la selva!"-.
Ramón, tocado por las palabras de los animales, se frotó la barbilla.
"No tenía idea de que esto era tan importante. Solo seguía órdenes y hacía mi trabajo"-.
Berta, con mucha calma, añadió: "Podemos ayudarte. Si cosechamos de manera sostenible, aún podemos vivir todos en paz. Los árboles que cortemos con cuidado nos darán lo que necesitamos, pero necesitamos que lo hagas pensando en el futuro"-.
Ramón, después de escuchar a los animales, sonrió por primera vez. "No puedo prometer que no cortaré más árboles, pero definitivamente puedo empezar a hacerlo de manera responsable. Les prometo que seré más cuidadoso"-.
Un fuerte murmullo de alivio recorrió el bosque. Los árboles se agradecieron entre sí, y Tico gritó:
"¡Hemos ganado, amigos! ¡Hemos hecho que Ramón entienda!"-
Desde ese día, Ramón se convirtió en un guardián de la selva, aprendiendo a trabajar en armonía con la naturaleza, mientras los árboles seguían hablando entre ellos, celebrando que el silencio, a veces, puede ser más poderoso que el ruido.
Así, comenzó una nueva época en la selva, donde animales y humanos convivían en equilibrio y Ramón aprendió que escuchar era igual de importante que actuar. Y así, el rugido de la máquina se transformó poco a poco en el suave susurrar de los árboles, que, aunque aún hablaban en susurros, ya no guardaban un silencio absoluto.
FIN.