El Silencio de los Gemelos
Era un día soleado en la escuela de los gemelos Daniel y Daniela. Siempre estaban llenos de energía y no podían evitar charlar entre ellos durante las clases. La maestra, la Srta. Rosa, se los decía con paciencia:
"Daniel, Daniela, por favor, presten atención. La clase es muy importante."
Pero los gemelos nunca lo entendían, y continuaban sus charlas animadas.
Un día, mientras la clase de historia avanzaba sobre civilizaciones antiguas, Daniel le susurró algo a su hermana:
"¿Te imaginas haber vivido en la época de los piratas?"
"¡Sí! ¡Seríamos los mejores piratas!" respondió Daniela con emoción.
La Srta. Rosa, que ya había perdido la paciencia, les lanzó una mirada severa:
"Si no pueden callar un rato, no voy a poder continuar con la clase."
Los gemelos se encogieron de hombros, repitiendo su patrón habitual, hasta que ese día... algo extraño sucedió. De repente, por arte de magia, se quedaron mudos. No podían emitir sonido alguno. Su sorpresa fue tanto que se miraron entre ellos inquietos:
"¿Qué pasó?" dijo Daniel moviendo los labios sin sonido.
"No tengo idea, no puedo hablar!" contestó Daniela, cada vez más confundida.
Los gemelos intentaron decirle a la Srta. Rosa lo que estaba ocurriendo:
"¡Srta. Rosa! ¡Nos quedamos mudos!" intentar decirles, pero nada salió de sus bocas.
La maestra, al ver sus gestos desesperados, se acercó y les preguntó con preocupación:
"¿Qué sucede, chicos? ¿Están bien?"
Intentaron explicar la situación con gestos, alzando las manos, haciendo muecas y señalando sus bocas. La maestra, intrigada, entendió que necesitaban ayuda. Ella serenamente les sugirió:
"Quizás necesiten un descanso para relajarse y recuperar sus voces. Vamos a salir al patio."
Al salir, los gemelos se sintieron libres, pero también tristes. Empezaron a darse cuenta de lo difícil que era no poder comunicarse. Daniel se sentó en el suelo y dijo:
"Ahora entiendo por qué la maestra se enoja tanto. No podemos hablar y se siente horrible."
"Es verdad. A veces no valoramos lo que tenemos. La comunicación es muy importante."
Mientras reflexionaban, notaron que otros niños estaban jugando en el patio. Daniel tuvo una idea:
"¡Quiero volver a hablar! ¡Esto es un desastre!"
"¿Y si hacemos un juego de señas? Así podemos comunicarnos sin hablar." propuso Daniela.
Ambos comenzaron a comunicarse con movimientos y gestos, riendo mientras inventaban su propio lenguaje de señas para contar historias sobre piratas y aventuras. Al poco tiempo, otros niños se unieron, todos querían participar en su juego de mímicas.
Finalmente, cuando regresaron al aula, los gemelos se dieron cuenta de que todavía no podían hablar. La Srta. Rosa estaba sorprendida al ver a todos los niños divertidos:
"¿Qué sucedió mientras estaban fuera?" preguntó.
"Jugamos sin hablar, y fue muy divertido. ¡Pero queremos hablar de nuevo!" gesticularon Daniel y Daniela.
La maestra sonrió con complicidad y les dijo:
"A menudo, nuestros silencios revelan mucho. Pero entiendo que quieren volver a expresarse. Hagan un esfuerzo y díganme en voz alta lo que han aprendido hoy."
Con determinación, Daniel y Daniela, se pusieron de pie frente a la clase:
"Aprendimos a escuchar y a valorar la comunicación. ¡Es muy importante!"
Y, justo en ese momento, sus voces volvieron a salir con claridad. Todos aplaudieron, y la Srta. Rosa dijo:
"Estoy tan orgullosa de ustedes. Desde hoy, haremos un trato: una vez por semana hablamos sin interrumpir. Y si quieren discutir algo, levanten la mano."
A partir de ese día, los gemelos aprendieron a ser mejores estudiantes. El silencio en el aula no fue un castigo, sino una forma de escuchar y aprender de los demás. Y así, Daniel y Daniela nunca más volvieron a interrumpir a la maestra, aunque seguirían siendo los gemelos más charlatanes de la clase, pero ahora con un nuevo respeto por las palabras.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.
FIN.