El Silencio que Resuena



En un pequeño y bullicioso barrio de Buenos Aires, todos los días despertaba el sonido del tráfico, los gritos de los vendedores ambulantes y la música a todo volumen de las fiestas vecinales. La vida en el barrio era una mezcla de ruidos que se fusionaban en un gran concierto caótico. Pero no todos estaban contentos. En la esquina de la calle, vivía Sofía, una pequeña de ocho años que soñaba con un lugar tranquilo donde pudiera escuchar el canto de los pájaros y el suave murmullo del viento.

Un día, mientras daba una vuelta por el barrio, Sofía se encontró con un anciano llamado Don Miguel, que siempre estaba sentado en un banco del parque. Él era conocido por ser un gran contador de historias. Con su voz suave, comenzó a hablarle sobre el poder del silencio.

"El silencio, Sofía, es como un abrazo cálido. Nos ayuda a escuchar nuestros propios pensamientos y a encontrar la paz. Pero en este mundo ruidoso, parece que lo hemos olvidado."

Intrigada, Sofía se quedó a escuchar. Don Miguel le contó cómo en su juventud había un lugar mágico en el barrio, donde los niños podían jugar y dejar volar su imaginación sin el ruido que ellos conocían. Pero ese lugar se había vuelto un supermercado y, poco a poco, el bullicio había invadido todo.

Consciente de que debía haber un cambio, Sofía decidió actuar. "Si el silencio es tan hermoso, ¡tenemos que encontrarlo de nuevo!" pensó ella. Así que, al día siguiente, fue a la escuela y reunió a sus amigos en el patio.

"Chicos, ¡propongo un desafío! Busquemos el lugar más silencioso de nuestro barrio. Juguemos y escuchemos lo que nos dice el silencio."

Los amigos estaban entusiasmados, y juntos comenzaron a explorar. Cada escondite que encontraban estaba lleno de ruidos: la fuente del parque, la calle, los patios de los vecinos. Pero no se rindieron. Luego de horas de búsqueda, se acordaron de un viejo edificio de la esquina que estaba abandonado. Tal vez allí encontrarían lo que buscaban.

Entraron con cautela. Cuando abrieron la puerta, un silencio profundo los envolvió. El eco de sus pasos resonó suavemente, y el aire parecía distinto. Se sentaron en el suelo polvoriento y empezaron a escuchar.

"¡Escuchen!" dijo Tomás, uno de los amigos, "se oye el viento colarse entre las ventanas rotas."

Sofía sonrió. "Y el sonido de nuestras respiraciones. Este lugar es mágico."

Emocionados, comenzaron a inventar juegos y a contar historias. Al principio, extrañaban el ruido, pero a medida que pasaban las horas, se dieron cuenta de que el silencio les permitía soñar. Compartieron risas y secretos sin distracciones, sintiéndose más unidos que nunca.

Sin embargo, esa felicidad pronto se vio interrumpida por un ruido fuerte. Un grupo de adultos llegó al edificio, hablando y riéndose a gran volumen. La magia del lugar parecía desvanecerse. Sofía, sin pensarlo, se acercó a ellos.

"¡Hola! Estamos en un juego y este lugar es muy especial para nosotros. ¿Podrían hacer un poco menos de ruido? Queremos escuchar el silencio."

Los adultos se miraron, sorprendidos. Uno de ellos, una mujer con una guitarra, sonrió y dijo: "¡Por supuesto! ¿Sabes? A veces, también olvidamos lo bonito que es el silencio. Hacemos tanto ruido en nuestra vida que no nos damos cuenta."

El grupo decidió unirse a Sofía y sus amigos en su aventura. Con sus instrumentos, comenzaron a tocar melodías suaves en vez de hacer ruido. Así, el lugar resucitó de nuevo. Las risas y la música se mezclaron con el manto del silencio, creando una atmósfera única.

Desde ese día, el edificio abandonado se convirtió en un lugar de encuentro para grandes y chicos. Cada semana, organizaban un ‘Día del Silencio’, donde todos debían ofrecer un rato de tranquilidad y compartir música suave o contar historias en lugar de gritar.

Así, Sofía aprendió que el silencio no siempre está ausente. A veces, sólo es necesario escucharlo y permitir que resuene en nuestros corazones. Y aunque el ruido nunca desapareció del todo, el sonido del cariño y la amistad siempre logró hacerse escuchar sobre el resto.

FIN.

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