El Sofá Mágico de Tomás



Era un miércoles a la tarde, y Tomás, un joven profesional que trabajaba en una oficina muy ocupada, regresó a su casa después de un largo día. La luz del sol empezaba a ocultarse, y el cielo se teñía de un suave color naranja. Al llegar, Tomás dejó su mochila en el pasillo con un suspiro de alivio.

"¡Qué día tan largo!" se dijo a sí mismo. Se dirigió a la cocina y sirvió una gaseosa en un vaso. La burbujeante bebida chisporroteaba, prometiendo refrescar su mente cansada. Luego, se arrastró hasta el sofá de su sala de estar, dejando que el acolchado lo abrazara.

Mientras disfrutaba de su bebida, reparó en un brillo inusual que provenía del fondo del sofá. Curioso, se agachó e inspeccionó. De repente, una pequeña puerta se abrió en el costado del sofá, y un pequeño ser con orejas puntiagudas asomó la cabeza.

"¡Hola, humano! Soy Rulo, el duende del sofá. ¿Disfrutás la gaseosa?" dijo el pequeño duende con una sonrisa.

"¿Un duende?" exclamó Tomás asombrado. "No puedo creerlo. Esto no puede ser real".

"Es real, muy real. Y en este sofá, donde te sientas a descansar, están guardadas muchas historias, alegrías y un poco de magia. Pero hoy necesito tu ayuda."

"¿Ayuda? ¿Con qué?" preguntó Tomás intrigado.

"Hay un grupo de juguetes que se perdió en el rincón del armario. Sin ayuda, no podrán volver a la tienda de sueños donde pertenecen. Pero solo tú puedes ayudarlos, porque tenés el poder de la imaginación. ¡Vamos!" dijo Rulo mientras saltaba al suelo.

Sin dudar, Tomás se levantó y lo siguió. A medida que se acercaban al armario, el duende giró hacia él y le dijo:

"Cierra los ojos, Tomás, y utiliza tu imaginación. Visualiza los juguetes como si estuviesen vivos, y verás cómo cobran vida".

Tomás cerró los ojos con fuerza y recordó lo feliz que se sentía de niño jugando con sus propios juguetes. De repente, comenzó a escuchar risas, y los juguetes empezaron a moverse por sí solos. Había un dinosaurio verde, una muñeca de trapo y un coche de carrera. Todos estaban muy asustados.

"¡Ayuda!" gritó el dinosaurio. "No podemos volver a casa sin la ayuda de un amigo".

"No se preocupen, yo los ayudaré," dijo Tomás, entusiasmado. "Rulo, ¿qué debo hacer?"

"Debemos encontrar el camino de regreso a la tienda de sueños. Esa puerta mágica ahí, al fondo del armario, es la clave. Pero necesita un deseo sincero. Entonces, cuando estemos listos, todos deberán juntar sus manos y unir sus corazones".

Con Rulo guiando, Tomás tomó la mano del dinosaurio y la muñeca. Juntos, concentraron sus pensamientos, desearon un mundo lleno de risas y alegría, como el que existía cuando eran niños.

"¡Ahora!" gritó Rulo. Y las manos se unieron, creando un destello de luz que iluminó todo el armario. Las luces danzaban como estrellas fugaces.

En ese momento, la puerta mágica se abrió lentamente, revelando un camino brillante. Los juguetes, alegres, saltaron dentro, despidiéndose de Tomás y Rulo.

"¡Aplausos por Tomás!" exclamó Rulo. "Lo hiciste. Gracias a vos, los juguetes volvieron a casa".

Tomás sonrió, sintiendo que parte de su infancia había vuelto a florecer.

"Siempre recordá que la imaginación puede hacer cosas sorprendentes", le dijo Rulo mientras se iba. "Nunca dejes de soñar, Tomás. Todo es posible".

Cuando el duende desapareció, Tomás regresó al sofá, sintiéndose diferente. Con la sonrisa en su rostro y un corazón más ligero, comprendió que cada día trae la oportunidad de vivir cosas mágicas, incluso después de un largo día de trabajo. A partir de ese momento, cada vez que se sentaba en su sofá con una gaseosa, sabía que siempre había un poco de magia lista para ser descubierta, sólo si se dejaba llevar por la imaginación.

FIN.

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