El sol nos cobija con su calor
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Brillitos, un grupo de niños que siempre pasaban sus días al aire libre, disfrutando del sol y explorando la naturaleza. Entre ellos estaban Lía, una niña curiosa con una gran sonrisa; Tomás, un aventurero que nunca dejaba de correr; y Sofía, una soñadora que amaba inventar historias.
Un día, mientras jugaban en el parque, Tomás exclamó:
- ¡Chicos, tengo una idea! ¿Qué les parece si hacemos una carrera hasta el viejo roble?
- ¡Sí! - gritó Lía emocionada.
- Pero, ¿quién llega primero? - preguntó Sofía con una risa contagiosa.
Los tres se prepararon y, al sonar el silbato de un pájaro, salieron corriendo. El sol brillaba con fuerza, y sus cálidos rayos parecían animar aún más a los niños. Mientras corrían, Lía se dio cuenta de que había un rayo de sol que iluminaba una pequeña flor en el camino.
- ¡Esperen! - gritó Lía. - ¡Miren esa flor! ¡Es tan hermosa!
- No podemos parar ahora, Lía. ¡La carrera! - respondió Tomás, un poco impaciente.
- Pero el sol también nos cubre con su calor. ¡Esa flor merece ser vista! - insistió Lía.
Los dos amigos se detuvieron y acordaron admirar la flor. Era de un color amarillo brillante, con pétalos que brillaban como si estuvieran bañados de sol.
- ¡Qué belleza! - dijo Sofía, mientras se agachaba a mirarla de cerca. - Me hace pensar en una historia.
- ¿Qué historia? - preguntó Tomás, intrigado.
- Una historia sobre un sol que decide ayudar a las flores a crecer. Cada día, se asoma en el cielo y les da su calidez.
- ¡Eso suena genial! - exclamó Lía. - ¿Y qué pasa cuando el sol se oculta por la noche?
- Cuando el sol se va, las flores duermen y sueñan con un nuevo día soleado - continuó Sofía, entusiasmada.
- Pero, ¿qué pasaría si un día el sol decidiera no salir? - preguntó Tomás.
- ¡Oh no! Eso sería un gran problema. - dijo Lía. - Las flores no tendrían calor y se marchitarían.
De repente, una nube oscura apareció en el cielo.
- ¡Miren! - apuntó Lía. - ¡La nube está tapando al sol!
- ¡Qué miedo! - dijo Tomás. - ¿Y si el sol no vuelve?
Los niños se miraron preocupados. Sofía, que siempre tenía una gran imaginación, se le ocurrió algo:
- ¿Y si hacemos una fiesta para el sol? Tal vez si le mostramos cuánto lo queremos, regrese.
- ¡Buena idea! - exclamó Lía.
- ¡Sí! - grito Tomás. - ¡Hagamos una fiesta con flores, canciones y risas!
Los tres amigos se pusieron a trabajar. Reunieron flores de todos los colores, prepararon deliciosas galletas y decoraron el parque con cintas brillantes.
Mientras tanto, la nube seguía cubriendo el sol, y el aire se sentía más frío. Pero los niños no se rindieron. Al caer la tarde, comenzaron a cantar:
-
- ¡Sol, ven a nuestra fiesta!
- Te extrañamos, ven a calentar.
- Trae tu luz y tu calor,
- flores bailarán de amor.
De repente, la nube oscura empezó a desvanecerse. Mientras los niños cantaban, un rayo de sol se filtró por la nube y iluminó el parque. Las flores comenzaron a brillar y, mágicamente, el viejo roble también se llenó de luz.
- ¡Lo logramos! - gritó Lía, emocionada.
- ¡El sol volvió! - saltó Tomás, lleno de alegría.
- ¡Lo sabíamos! - sonrió Sofía. - Valió la pena mostrarle cuánto lo queremos.
Desde aquel día, los niños siempre recordaron cuán importante era cuidar de la naturaleza y apreciar el sol que los cobijaba con su calor. Sin importar cuán nublados pudieran parecer los días, sabían que siempre habría una oportunidad para celebrar la luz y la vida. En Brillitos, el sol y los niños se convirtieron en los mejores amigos, manteniendo siempre viva la magia de un nuevo día.
Y así, la historia de Lía, Tomás y Sofía, junto a su valioso amigo el sol, nos recuerda que siempre debemos cuidar de lo que amamos y que la naturaleza siempre encuentra la forma de brillar, incluso en los días más oscuros.
FIN.