El sonido del coraje



En un pequeño pueblo, donde el sol brillaba con fuerza y los niños jugaban en los parques, vivía un niño de 10 años llamado Tomás. Tomás tenía una particularidad: era sordo. Desde que nació, no había podido escuchar los sonidos que todos los demás disfrutaban, pero había aprendido a comunicarse de una manera especial con su familia a través de la lengua de señas.

Un día, mientras Tomás jugaba en el parque con su hermana, unos niños del barrio lo observaron desde lejos.

"Mirá a ese chico que no escucha, ¡qué raro es!", dijo uno de los niños, riendo.

"Sí, debe ser un extraterrestre".

Ambos se reían, señalando a Tomás, quien no podía oír sus burlas, pero sí podía ver las sonrisas burlonas en sus caras. Su hermana, Clara, se sintió incómoda.

"¡Dejen de burlarse! No es justo. Tomás puede hacer muchas cosas, ¡como jugar al fútbol!"

Pero los niños siguieron riendo, ignorando a Clara.

Poco a poco, Tomás comenzó a sentir que algo no estaba bien. A veces, en la escuela, se daba cuenta de que sus compañeros se reían cuando él no entendía alguna broma, o lo excluían de los juegos. Un día, después de la escuela, llegó a casa con una mirada de tristeza.

"Mamá, ¿por qué no tengo amigos?"

Su mamá, al verlo así, se arrodilló a su lado y lo abrazó

"Tomás, a veces las personas no conocen nuestra historia, pero eso no significa que no tengas muchas cualidades maravillosas. ¡Eres fuerte y valiente!"

Tomás sonrió, sintiéndose un poco mejor.

Al día siguiente, en la escuela, el maestro anunció un concurso de talentos.

"¡Voy a participar!", decidió Tomás con determinación. Necesitaba mostrarles a todos lo que podía hacer. Durante las semanas siguientes, se preparó con esmero, eligiendo una canción que, aunque no podía escuchar, entendió a través de las vibraciones del suelo y del ritmo que sentía en su corazón.

"¡Voy a bailar!", le dijo a Clara entusiasmado.

El día del concurso llegó y el gimnasio se llenó de niños emocionados. Mientras algunos chicos hacían trucos de magia y otros cantaban, Tomás sintió que su corazón latía fuerte.

"Es ahora o nunca", se dijo a sí mismo. Subió al escenario.

"¡Voy a mostrarles mi talento!", pensó.

Cuando llegó su turno, comenzó a bailar al ritmo de una música que sólo él podía sentir. Sus movimientos eran fluidos y llenos de energía. La luz reflejada en su cara demostraba la pasión que ponía en lo que hacía. Sus compañeros comenzaron a detenerse y mirar.

"¡Mirá cómo se mueve!", comentó uno de los chicos, sorprendido.

"No sabía que podía bailar así", agregó otro.

Al finalizar, el gimnasio estalló en aplausos.

"¡Bravo, Tomás!", gritaron sus compañeros, esta vez con admiración.

Tomás se sintió feliz y aplaudió a sí mismo, sintiendo que había dejado una huella en el corazón de quienes lo rodeaban.

Después del concurso, varios chicos se acercaron a él.

"Disculpá por haberte tratado mal, Tomás", dijo uno de ellos, con sinceridad.

"Nos encantaría que jugaras con nosotros a partir de ahora".

Tomás sonrió.

"¡Claro! Me encantaría jugar al fútbol con ustedes. ¡Puedo hacer muchos goles!"

Desde ese día, Tomás disfrutó de su tiempo en la escuela y se hizo un grupo de amigos que lo respetaba y valoraba por lo que era. Con el tiempo, comenzaron a aprender juntos la lengua de señas, lo que fortaleció aún más su amistad.

"¡Mirá cómo aprendí a firmar!", dijo uno de sus nuevos amigos, mostrando su progreso.

"¡Es genial! Podemos comunicarnos mejor", respondió Tomás, feliz de que sus amigos quisieran comprender su mundo.

Así, Tomás entendió que a veces las personas son crueles por ignorancia, pero también pueden cambiar. Se sintió orgulloso de sí mismo por haber encontrado el coraje para mostrar su verdadero talento y por haber hecho amigos que lo valoraban por su esencia. La risa y el juego llenaron su vida nuevamente, y cada día, en su pequeño pueblo, el sonido del coraje resonaba más fuerte que nunca.

Y así concluye la historia de Tomás, un niño que, a pesar de los desafíos, nunca dejó de perseguir su risa y sus sueños.

FIN.

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