El Sonido Prohibido
En un pequeño pueblo llamado Silencio, la música estaba prohibida. Nadie podía tocar instrumentos ni cantar, y los habitantes habían olvidado cómo era el sonido de una guitarra o el canto de un pájaro. El pueblo se llenaba de ruidos cotidianos, pero nunca de melodías.
Un día, una niña llamada Lola se mudó al pueblo. Lola tenía el cabello rizado y unos ojos que brillaban con curiosidad. Venía de un lugar donde la música llenaba el aire y no podía entender cómo la gente podía vivir sin ella. Desde que llegó, su corazón palpitaba con ganas de hacer vibrar el mundo con canciones.
"¿Por qué no podemos cantar?" - preguntó Lola a una de sus nuevas compañeras de clase, una niña llamada Ana.
"Es que la música está prohibida, no se permite" - respondió Ana, con un susurro casi apenado.
"¡Pero eso es tan triste!" - exclamó Lola, sintiendo un nudo en su garganta.
A partir de ese día, Lola comenzó a explorar el pueblo. Se dio cuenta de que había muchas cosas que podían hacer ruido: los pájaros que piaban, el agua del río que fluía, los pasos de la gente en la calle. Sin embargo, eran sonidos apagados y sin ritmo.
Una tarde, mientras jugaba en el parque, encontró una vieja armónica tirada entre la hierba. Su corazón dio un salto.
"¿Y si...?" - murmuró. Decidida, llevó la armónica a su casa y se sentó en su habitación. Era hora de descubrir su sonido.
Al día siguiente, Lola fue a la plaza del pueblo, donde había mucha gente reunida. Con mucho valor, se acercó al centro y, con la armónica en manos, comenzó a tocar una melodia que había inventado.
"¡Escuchen!" - gritó, mientras sus dedos se movían con entusiasmo.
La gente la miró extrañada, y algunos comenzaron a murmurarse entre ellos.
"¿Qué está haciendo?" - preguntó un hombre mayor.
"No sé, pero no se permite" - respondió otra persona.
Sin embargo, a medida que Lola seguía tocando, el sonido de la armónica llenó el aire y algo mágico sucedió. Los niños comenzaron a aplaudir, y poco a poco, los adultos también. La música, que había estado dormida en los corazones de cada uno, empezó a despertar.
La plaza se fue llenando de risas, y los pies de los más pequeños comenzaron a moverse al compás de la melodía.
"¡Esto es hermoso!" - gritó Ana, con los ojos brillando.
"No sabía que podía sentir tanto con solo escuchar" - comentó otra niña con una gran sonrisa.
Pero de repente, apareció el alcalde.
"¡Alto! ¡La música está prohibida!" - dijo con voz autoritaria. Todos se congelaron.
"Pero señor alcalde, la música nos hace felices, ¡no puede ser tan mala!" - se atrevió a afirmar Lola.
"Si dejamos que la música entre, después vendrán más cosas y esto se descontrolará. ¡Deben callarse!" - respondió enfadado.
Justo cuando Lola pensó que todo estaba perdido, la gente comenzó a hablar.
"¡Pero nos gusta!" - dijo un hombre.
"Siempre hemos querido escuchar música" - agregó una mujer.
Finalmente, la multitud comenzó a alzar la voz, todos apoyando a Lola.
"La música no es el enemigo, nos une y nos hace felices" - gritó Ana alzando sus manos al aire.
El alcalde se dio cuenta de que su control no podía competir con la alegría que había despertado en la gente. Miró a su alrededor y vio sonrisas, risas, y hasta lágrimas de emoción.
"Está bien, puedo ver que la música es importante para ustedes. Tal vez necesitamos un cambio" - dijo al fin, con un tono más suave.
Lola no podía creerlo. Con el sonido de la armónica aún flotando en el aire, la gente estalló en aplausos. Desde ese día, Silencio se convirtió en un pueblo lleno de música, en donde se organizaban festivales, y los niños aprendieron a tocar instrumentos, y cada uno compartía sus canciones y alegrías.
"Gracias, Lola, por traernos de vuelta la música" - le dijo Ana un día.
"No fui solo yo, ¡fue todos juntos!" - sonrió Lola, abrazando a su amiga mientras las notas de las guitarras sonaban alrededor.
Así, el pueblo de Silencio se renombró como Melodía, un lugar donde la música nunca volvió a ser prohibida, y los corazones de sus habitantes danzaban al ritmo de sus propias melodías.
FIN.