El Sueño de Aaron



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Villa Colorín, un niño llamado Aaron. Aaron era un chico con grandes sueños y una imaginación aún más grande. Desde muy temprana edad, le encantaba dibujar. Su cuaderno de bocetos estaba lleno de dragones, castillos y criaturas fantásticas. Pero había un problema. "Aaron, tenés que enfocarte en lo que realmente importa. La ingeniería es el camino más seguro para tu futuro"-, decía su padre, Don Ricardo, un ingeniero muy estricto que quería que su hijo siguiera sus pasos.

A pesar de las constantes advertencias de su padre, Aaron no podía evitarlo. Cada vez que veía un lápiz en la mesa, su mano parecía moverse sola, creando mundos llenos de color y vida.

"Pero papá, yo quiero ser un dibujante. ¡Quiero crear mis propios mundos!"-, insistía Aaron, mientras mostraba sus dibujos.

"Los sueños son bonitos, hijo, pero la realidad es mucho más dura. La ingeniería te dará estabilidad y respeto en la sociedad"-, respondía Don Ricardo con determinación.

Un día, Aaron decidió que no podría dejar su pasión de lado. Así que se propuso un reto: participar en el concurso de dibujo del pueblo, el Gran Concurso de Villa Colorín. El ganador recibiría una beca para estudiar arte en la ciudad. Con entusiasmo, comenzó todos los días a trabajar en su gran obra, incluso después de la escuela.

"¡Mirá lo que estoy dibujando!"-, le mostró a su mejor amiga, Sofía, un día en el parque.

"Es increíble, Aaron! Tus dibujos son mágicos. ¡Vas a ganar!"-, la alentó ella, con una sonrisa.

Pero no todo fue fácil. Don Ricardo, al enterarse del concurso, se puso furioso.

"¡No quiero que participes en eso, Aaron! Hay que ser realista en la vida"-, le gritó.

Aaron sintió una gran tristeza, pero también una chispa de determinación. No se dejaría vencer por los miedos de su padre. Cuando Don Ricardo se dio la vuelta, Aaron continuó dibujando en secreto, poniendo su corazón en cada trazo.

El día del concurso llegó y, a pesar de que Don Ricardo no lo apoyaba, Aaron decidió presentarse. En el escenario, mostró su obra: un magnífico mural lleno de criaturas de colores y paisajes de ensueño. El público aplaudió con entusiasmo, y sus corazones se llenaron de alegría al ver la creatividad de Aaron.

Finalmente, el jurado anunció al ganador.

"¡Y el ganador del Gran Concurso de Villa Colorín es... Aaron!"-, exclamó la presentadora, mientras todos aplaudían.

Aaron no podía creerlo. Su corazón latía con fuerza y sonrió de oreja a oreja mientras recogía su premio.

"¡Lo logré, Sofía!"-, gritó lleno de emoción.

Pero en medio de la ovación, notó la mirada de su padre entre la multitud. Don Ricardo se acercó, y fue entonces cuando todo pareció congelarse.

"Aaron" -, comenzó su papá con voz suave, "he estado pensando... Tal vez, solo tal vez, estaré equivocado. Tu arte es realmente especial. Estoy orgulloso de vos"-.

Aaron sintió que el mundo se iluminaba.

"Gracias, papá. Siempre quise que vieras lo que puedo crear"-, respondió, con lágrimas en los ojos.

Desde ese día, Don Ricardo decidió apoyarlo. "Voy a ayudarte a encontrar las mejores clases de arte. Juntos vamos a buscar esa beca"-, le dijo.

Aaron nunca se sintió tan feliz. Había desafiado todos los obstáculos y, según todos en el pueblo, había ganado mucho más que un simple concurso: había ganado el respeto y el apoyo de su padre.

Con el tiempo, Aaron se convirtió en un gran dibujante, conocido en todo el país. Nunca olvidó los sacrificios que hizo, y siempre recordaba las palabras de su padre:

"La creatividad no es solo un camino, es la forma de ver el mundo"-.

Así, Aaron vivió su sueño, creando bellos mundos y llenando de color la vida de quienes lo rodeaban.

Y así, en Villa Colorín, Aaron no solo dejó una huella en el arte, sino también en los corazones de su familia, apoyando a todos aquellos que tenían un sueño, sin importar cuán grande o pequeño fuese.

FIN.

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