El sueño de Catalella



En un pequeño pueblo donde el sol brillaba intensamente y las flores llenaban cada rincón, vivía una chica llamada Catalella. Ella tenía una sonrisa radiante y grandes sueños, pero el mundo no siempre se lo ponía fácil.

Catalella miraba a sus amigos caminando felices hacia la escuela. El sonido de risas y juegos llenaba el aire. Pero a ella, solo le quedaba el deber de ayudar en casa. Sus padres se preocupaban más por sus hermanos, quienes tenían oportunidades que ella no podía imaginar.

-Sus padres siempre dicen que los niños tienen que estudiar -pensaba Catalella- pero yo solo soy una niña que debe ayudar a la familia.

Un día, mientras ayudaba a su madre en el mercado, vio a una maestra que estaba organizando un taller al aire libre. La maestra, Doña Clara, era conocida en toda la región por su amor a la educación. Catalella sintió una punzada de esperanza. Si pudiera hablar con la señora Clara, quizás podría obtener un consejo.

Anímate, se dijo a sí misma, así que se acercó.

-Hola, Doña Clara -dijo Catalella con un poco de timidez-. ¿Podría hablar con usted un momento?

-¡Por supuesto, pequeña! -respondió la maestra con una sonrisa-. ¿De qué se trata?

Catalella respiró hondo y le contó sobre su deseo de estudiar. La maestra escuchó atentamente, asintiendo con comprensión.

-Es maravilloso que quieras aprender -dijo Doña Clara-. La educación es el camino hacia tus sueños, y siempre hay una manera de alcanzarlos, aunque parezca difícil.

-¡Pero no tengo tiempo! -exclamó Catalella-. Tengo que trabajar y mis padres no me dejarían ir a la escuela.

-Entiendo, pero hay muchas formas de aprender. ¿Qué tal si empiezas por leer libros en el mercado? -sugirió Doña Clara-. Puedo traerte algunos cuando regrese al taller.

Catalella, sorprendida y emocionada, aceptó la propuesta. Esa noche, cuando su familia se durmió, ella tomó una linterna y se sentó en la mesa con un libro prestado. Las letras cobraban vida y las historias la llevaban a mundos lejanos. Mientras leía, olvidó las preocupaciones de su día a día.

Con cada libro que leía, su amor por el aprendizaje crecía. Un día, mientras vendía frutas en el mercado, encontró a una niña que lloraba.

-¿Por qué lloras? -le preguntó Catalella.

-No puedo ir a la escuela. Mis padres dicen que no hay suficiente dinero -respondió la niña.

Catalella pensó en lo que le había enseñado Doña Clara sobre ayudar a los demás.

-¿Y si te enseño lo que sé? -le ofreció Catalella-. Podemos leer juntas, y quizás, con el tiempo, podamos convencer a nuestros padres.

Las dos niñas se encontraron cada tarde después de trabajar, compartiendo palabras y sueños. Pronto, más niños se unieron a ellas. Catalella era feliz, pues no solo aprendía, sino que también compartía su amor por el conocimiento. Un día, se percataron de que necesitaban un lugar adecuado para estudiar.

Catalella, decidida a hacer algo al respecto, decidió hablar nuevamente con Doña Clara.

-Doña Clara -dijo, con un brillo en los ojos-, necesitamos un lugar para aprender. Hay muchos niños con ganas de estudiar.

La maestra sonrió, impresionada por la determinación de Catalella.

-Puedo ayudarte a organizar un pequeño taller en el parque. Pero necesitaremos algunos materiales y quizás un permiso del alcalde -respondió.

Catalella no dudó y fue a hablar con el alcalde. Al principio, él se mostró escéptico.

-¿Para qué hacer un taller para niños si no hay dinero? -preguntó el alcalde.-

-Porque la educación es valiosa -respondió Catalella, con una voz firme-. Si ayudamos a nuestros niños, ellos podrán salir adelante en la vida. No se trata solo de hoy, se trata del futuro de nuestro pueblo.

El alcalde quedó impresionado por la pasión de Catalella y, tras una charla con Doña Clara y los padres del pueblo, decidieron apoyar la idea. Se organizó un taller semanal al aire libre, donde todos los niños podían aprender y jugar.

Catalella se convirtió en la esperanza de muchos. Con el tiempo, sus amigos se animaron a soñar y decidieron que seguirían sus estudios, sin importar los obstáculos que se presentaran.

-Catalella, ¡eres una verdadera líder! -le dijeron sus amigos.

-No, esto lo hacemos juntos -sonrió Catalella, sintiéndose más feliz que nunca.

Así, con cada sesión en el parque, Catalella y sus amigos aprendieron que no había barreras que no pudieran superar si se unían y trabajaban juntos. Además, con el apoyo mutuo, todos lograron pasar a la escuela, y de a uno, con mucho empeño, comenzaron a construir un futuro lleno de nuevas oportunidades.

Y así, con perseverancia y amor por el aprendizaje, el sueño de Catalella se hizo realidad, no solo para ella, sino para todos los niños de su pueblo. Juntos demostraron que, con trabajo en equipo y determinación, cualquier sueño que se tenga es posible de alcanzar.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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