El Sueño de Daniela



Era un día soleado en el barrio de Daniela. La brisa fresca traía consigo los risas de los chicos que jugaban en el parque. Daniela, una niña de diez años con cabello rizado y ojos brillantes, siempre había soñado con jugar a volleyball. La pasión por este deporte le había sido transmitida por su hermana mayor, que solía competir en torneos.

Un día, mientras paseaba por el parque, escuchó el sonido del balón que golpeaba la arena. "¿Qué será eso?" se preguntó. Impulsada por la curiosidad, se acercó y vio a un grupo de chicos practicando.

"Hola, ¿puedo unirme?" - preguntó Daniela con emoción.

"Claro, ven, necesitamos una jugadora más!" - respondió Lucas, el capitán del equipo.

Daniela se sintió llena de alegría. Aunque nunca había jugado antes, decidió dar lo mejor de sí. Comenzaron a jugar y, aunque se sentía un poco torpe al principio, pronto se dio cuenta de que estaba disfrutando muchísimo.

"¡Eso, así se hace!" - gritaba Lucas, animándola. Pero había un problema, había un grupo de chicos mayores que jugaban en la cancha de al lado y se reían de ellos. "No saben jugar, miren cómo se caen", decían.

"Eso no es bonito, todos pueden aprender" - dijo Inés, una de las chicas del grupo. En ese momento, Daniela sintió que su corazón se llenaba de determinación. Desearía demostrarles a todos que podían mejorar.

Los días pasaron y, con cada entrenamiento, Daniela se fue volviendo más hábil. Sin embargo, cada vez que veía a los chicos mayores, un nudo en el estómago le recordaba las burlas. Una tarde, Lucas decidió organizar un partido amistoso contra ellos, un reto que Daniela no estaba segura si podía afrontar.

"Daniela, ¿estás lista para el partido?" - le preguntó Lucas.

"No sé si soy lo suficientemente buena..." - respondió ella un poco insegura.

"Tienes que creer en ti misma. Hemos mejorado mucho, y es nuestra oportunidad. Además, lo más importante es disfrutar del juego" - le dijo Lucas, sonriendo.

Cuando llegó el día del partido, el parque estaba lleno de gente. Los chicos mayores parecían mucho más fuertes y experimentados, y la presión sobre Daniela aumentaba. Durante el primer set, su equipo estaba perdiendo por mucho. Sin embargo, Daniela recordó las palabras de Lucas, y aunque falló un par de tiros, siguió intentando.

"¡Vamos chicos, no se rindan!" - gritó, mientras saltaba para hacer un remate. Esa fue la primera vez que el balón cruzó la red con fuerza. El público comenzó a animar y Daniela sintió una oleada de energía.

A medida que el juego avanzaba, tanto ella como su equipo empezaron a creer en sus habilidades. Con cada punto que hacían, se sentían más confiados. Finalmente, el marcador llegó a un emocionante empate. En el último punto, el balón se elevó alto en el aire, y con todas sus fuerzas, Daniela saltó y golpeó el balón. ¡Fue un ace! La multitud estalló en vítores.

"¡Lo logramos!" - gritó Daniela, llena de alegría.

Después del partido, los chicos mayores se acercaron. "Chicos, no creí que pudieran jugar tan bien. Felicitaciones, nos sorprendieron" - dijo uno de ellos. La sonrisa de Daniela se iluminó aún más por las palabras de reconocimiento.

"Gracias, pero todos podemos mejorar si nos esforzamos. ¿Por qué no jugamos juntos a partir de ahora?" - sugirió Daniela.

La propuesta fue bien recibida, y así, todos los chicos empezaron a practicar juntos, compartiendo su amor por el volleyball. Con el tiempo, los chicos mayores se convirtieron en buenos amigos de Daniela y su equipo, y juntos aprendieron que el verdadero desafío no es solo ganar, sino disfrutar del juego y respetar a los demás.

Daniela soñaba con ser una gran jugadora de volleyball, pero lo que realmente aprendió fue que la amistad y la perseverancia son las claves para alcanzar cualquier sueño. Desde aquel día, nunca dejó de jugar y siempre buscó maneras de animar a otros, convirtiéndose en la mejor jugadora y compañera que cualquier equipo podría desear.

Y así, Daniela siguió saltando más alto en la vida, un set y un sueño a la vez.

FIN.

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