El Sueño de Daniela



Era un hermoso día de primavera en el barrio de Villa Verde. Daniela, una niña de 3 años, correteaba por el parque, su media melena castaña al viento y sus ojos verdes brillando con alegría. Esa era su forma de prepararse para su primer día en el colegio, donde conocería a nuevos amigos y aprendería cosas maravillosas.

- ¡Mamá! ¡Estoy lista! - gritó Daniela emocionada.

Su madre, que la observaba desde la puerta, sonrió y le dijo:

- Recuerda, mi amor, que en el colegio vas a aprender muchas cosas. ¿Qué es lo que más te gustaría aprender?

- Quiero aprender mucho sobre animales, mamá. - respondió Daniela mientras acariciaba a su perrito, Max.

Con tres años, Daniela comenzó el colegio en parvulitos, donde rápidamente se hizo amiga de Lía, una niña de su clase que amaba los gatos. Juntas jugaron y compartieron su amor por los animales. Era la mejor parte del día, pero Daniela a menudo se sentía inquieta. Sabía que los animales necesitaban más que solo amor; necesitaban cuidados y medicina.

Con el tiempo, Daniela fue creciendo y su pasión por el cuidado de los animales solo aumentaba. Su padre, un hombre sencillo que no había tenido la oportunidad de estudiar, siempre estaba a su lado, ayudándola con los deberes.

- Papá, hoy la maestra nos habló sobre los veterinarios. - le contó ella una tarde mientras hacían la tarea juntos.

- ¿Y qué te dijo? - preguntó él, intrigado.

- Dijo que los veterinarios ayudan a los animales a sanar. ¡Quiero ser veterinaria! - exclamó Daniela, con sus ojos brillantes.

- ¡Eso suena genial! - respondió su padre con orgullo. - Si eso es lo que quieres, yo estaré aquí para ayudarte.

Daniela se dedicó con entusiasmo a sus estudios. A veces, encontraba difíciles las matemáticas, pero su padre le explicaba con paciencia, usando ejemplos de su vida diaria.

- Mira, si tenemos cinco gatos y llevamos dos al veterinario, ¿cuántos nos quedan? - le preguntaba.

Ella pensaba y respondía con una gran sonrisa:

- ¡Tres gatos!

Así, día tras día, Daniela avanzaba en el colegio, y cada año daba un paso más hacia su gran sueño. Sin embargo, su camino no siempre fue fácil. En la escuela primaria, surgieron retos. Un día, las niñas que antes eran sus amigas comenzaron a hacer chismes sobre ella.

- ¡Ella nunca podrá ser veterinaria! - dijo una de ellas.

- ¡No sabe nada de animales! - añadió otra.

Daniela se sintió triste, pero recordó las palabras de su padre:

- No dejes que los demás te digan lo que puedes y no puedes hacer. Siempre da lo mejor de vos.

Esa noche, Daniela decidió que lo que los otros decían no la detendría. Se levantó temprano para preparar un proyecto sobre cómo cuidar a los animales.

En la Feria de Ciencias de la escuela, se presentó con un gran cartel lleno de fotos de mascotas y cuidados.

- ¡Hola a todos! - comenzó ella, con voz firme. - Hoy les voy a contar cómo cuidar a nuestros amigos de cuatro patas. ¡Los animales merecen nuestro amor y atención!

Las miradas de sus compañeros cambiaron. Al final de la presentación, todos aplaudieron.

- ¡Qué bien hablás, Daniela! - le dijo Lía, reconociéndose entre la multitud.

- ¿Vas a ser veterinaria, de verdad? - preguntó uno de los chicos.

- Sí, definitivamente. - respondió ella con firmeza. - Y les voy a mostrar que puedo lograrlo.

Los años pasaron y Daniela llegó a la secundaria, donde se esforzó aún más. En cada examen y cada desafío, su padre seguía apoyándola. Un día, mientras estudiaban biología, su padre la sorprendió con un regalo especial.

- ¿Qué es esto, papá? - preguntó Daniela, abriendo una caja que contenía un pequeño libro sobre cuidados veterinarios.

- Es para que aprendas más sobre los animales. - dijo él sonriendo. - Sé que vas a ser una gran veterinaria.

Emocionada, Daniela abrazó a su padre y le prometió que nunca dejaría de luchar por su sueño.

Finalmente, después de muchos esfuerzos y sacrificios, Daniela se graduó de la escuela secundaria y fue aceptada en la facultad de veterinaria. Durante esos años, trabajó y estudió con dedicación, siempre recordando que nunca estaba sola. Aunque su padre no había tenido la oportunidad de estudiar, siempre había hecho de su amor y apoyo el mayor regalo de todos.

Años después, Daniela se convirtió en una veterinaria exitosa, ayudando a cientos de animales en su comunidad. La pequeña niña de ojos verdes y risa contagiosa había cumplido su sueño.

- ¡Papá, lo logré! - le dijo un día, mientras atendía a un pequeño perro en su clínica.

- Sabía que lo harías, hija. - respondió él, con lágrimas de orgullo en sus ojos. - Siempre creí en vos. ¡Sigue brillando!

Y así, con su pasión, esfuerzo y el apoyo incondicional de su padre, Daniela inspiró a otros a seguir sus sueños, sin importar los obstáculos. Siempre recordaba que lo más importante era creer en uno mismo y nunca dejar de aprender, porque el amor por los animales había definido su camino.

FIN.

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