El Sueño de Enzo



Era un soleado día en la Escuela Rural 44 Colonia Las Delicias de Paysandú. Enzo y Lautaro, dos amigos inseparables de 11 años, estaban en el recreo, jugando al fútbol con sus compañeros. Enzo era un chico ágil, siempre soñando con jugar en la Selección Uruguaya de Fútbol.

"¡Tango, Enzo! ¡Ese sería un golazo en el Estadio Centenario!" - le decía Lautaro mientras le pasaba el balón.

"Sí, Lauti. Pero no sé si alguna vez lo conseguiré. Mi familia no cree que tenga talento para el fútbol" - respondía Enzo con cierta tristeza.

La pasión de Enzo por el fútbol era evidente. Pasaba horas entrenando en el campo detrás de su casa, donde imaginaba grandes jugadas y llenaba su mente de sueños.

Un día, Enzo decidió hablar con su papá sobre su sueño.

"Papá, quiero entrenar para ser futbolista y jugar en la Selección" - dijo con determinación.

Pero su papa lo miró, un poco confundido.

"Hijo, eso es un juego. Debes estudiar y buscar un trabajo serio. El fútbol no es para todos" - contestó, dejando a Enzo desalentado.

A pesar de eso, Enzo sabía que tenía que intentarlo. Se unió a un equipo local y comenzó a entrenar todas las tardes con Lautaro a su lado.

Los entrenamientos eran duros, pero los dos amigos se motivaban mutuamente, soñando con el día en que serían reconocidos por su habilidad.

Pasaron los meses y la pasión de Enzo fue creciendo. Sin embargo, un fatídico día mientras practicaban en el campo, Enzo intentó hacer una jugada espectacular y, en el proceso, se lastimó. Cayó al suelo con un grito.

"¡Enzo! ¿Estás bien?" - exclamó Lautaro, corriendo hacia él mientras los demás jugadores se acercaban.

"Me duele la pierna..." - dijo Enzo con lágrimas en los ojos. Luego de ser llevado al médico, la noticia no fue buena; Enzo se había quebrado la pierna.

La recaída de Enzo fue devastadora. Pasó semanas en muletas y tuvo que abandonar los entrenamientos.

"No puedo creer que esto me esté pasando ahora, justo cuando comenzaba a mejorar" - le confesó a Lautaro en la escuela.

"No te desanimes, Enzo. Te prometo que te ayudaré a entrenar en casa, juntos lo superaremos" - le dijo Lautaro, buscando darle ánimo.

Consciente de su situación, Enzo decidió enfocarse en lo que sí podía hacer. Se metió de lleno a estudiar estrategia de juego, ejercicios de respiración y fortalecimiento de la mente. Usó su tiempo recuperándose para leer libros sobre jugadores uruguayos icónicos y aprender lo más que pudiera sobre tácticas.

Después de meses de recuperación, cuando finalmente pudo quitarse las muletas, Enzo estaba decidido a volver al campo. Un día en el recreo, mientras entrenaban, la maestra del equipo local anunció un torneo en la ciudad.

"¿Crees que deberíamos participar?" - le preguntó Lautaro.

"No sé, ¿y si mis sueños no sirven de nada?" - respondió Enzo dudoso.

Pero gracias al aliento de sus amigos, Enzo decidió inscribirse al torneo. La emoción lo invadió. Durante el torneo, Enzo demostró todo lo que había aprendido mientras estuvo lesionado. Con su inteligencia en el campo y unas jugadas increíbles, su equipo llegó a la final.

El último partido fue intenso. Con el marcador empatado y solo un minuto para que terminara el encuentro, Enzo recibió un pase de Lautaro. Corrió hacia el arco contrario, esquivando rivales, y con un potente remate, ¡marcó el gol de la victoria!

El estadio estalló en vítores. Al finalizar el partido, el entrenador de una cantera de fútbol lo llamó.

"Vi tu jugada, niño. Tienes un gran talento. Me gustaría que entrenaras con nosotros" - le dijo el entrenador.

Enzo no podía creer lo que estaba escuchando. Sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría y gratitud.

"Gracias, no sé qué decir..." - musitó, abrazando a Lautaro, quien también se emocionó.

Con el apoyo de su familia, sus amigos y su perseverancia, Enzo comenzó su camino hacia el fútbol profesional. Años más tarde, se volvió un gran jugador, cumpliendo su sueño de representar a la Selección Uruguaya de Fútbol, enseñando siempre a otros que con esfuerzo y dedicación, los sueños se pueden alcanzar.

"Nunca abandonen sus sueños", solía decir Enzo a los más chicos en su pueblo.

FIN.

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