El Sueño de Francisco
Había una vez un niño llamado Francisco, a quien le encantaba el fútbol. Sin embargo, cada vez que veía a sus amigos jugar en el recreo, se sentía un poco triste.
"No puedo unirme, porque juego mal", pensaba. A pesar de que disfrutaba viendo cómo corrían tras la pelota y hacían goles, siempre encontraba una excusa para no participar.
Un día, mientras observaba a sus amigos desde la banca del parque, su mejor amigo, Lucas, se le acercó.
"¿Por qué no jugás con nosotros, Fran?" - le preguntó Lucas, con una sonrisa.
"Porque soy muy malo, no sé patear bien la pelota", respondió Francisco, con la mirada en el suelo.
Lucas se agachó a su altura y le dijo:
"Desde ahora, en vez de pensar que sos malo, deberías dedicarte a entrenar. Todos comenzaron siendo principiantes."
Esa noche, Francisco se quedó pensando en lo que le dijo Lucas. Después de la cena, decidió que iba a intentar entrenar en casa. Usó una pelota de fútbol que le había regalado su abuelo y comenzó a practicar. Al principio fue difícil; la pelota parecía tener vida propia y siempre se escapaba de sus pies.
Con el paso de los días, Francisco se dedicó a entrenar todos los días. Con cada intento fallido, se sentía frustrado, pero también sabía que debía seguir. Un sábado, decidió preguntarle a su papá si podía llevarlo al parque para jugar un poco.
"Papá, ¿podrías ayudarme a entrenar un poco?" - le pidió Francisco, un poco nervioso.
"Claro, hijo. Me encantaría. Vamos a practicar esos tiros a gol", respondió su papá con entusiasmo.
En el parque, Francisco empezó a practicar tiros a la portería, regateo y control de la pelota. Al principio, falló más veces de las que acertaba, pero cada acierto lo hacía sonreír.
Con cada semana que pasaba, Francisco iba mejorando. Ya no solo entrenaba en casa; también empezó a jugar con Lucas y con otros amigos.
"Mirá lo que puedo hacer ahora, Lucas!", gritó Francisco un día, haciendo un regate impresionante y lanzando la pelota al gol.
"¡Impresionante! ¡Sos un genio!" - celebró Lucas, aplaudiendo.
"No, en serio, sólo practiqué mucho!" - respondió Francisco, un poco tímido.
A medida que pasaba el tiempo, su confianza creció, y un día, el entrenador del equipo de fútbol del barrio organizó un pequeño torneo.
"Francisco, ¿te gustaría jugar con nosotros en el torneo?" - le preguntó el entrenador.
"¡Yo... yo no sé si estoy listo!" - respondió Francisco, sintiendo que regresaba un poco a su antiguo yo.
"Con lo que entrenaste, estoy seguro de que serás de gran ayuda. Dale, animate", lo animó el entrenador.
Finalmente, decidió aceptar la invitación. El día del torneo, el corazón de Francisco latía con fuerza. El partido comenzó y, aunque fue difícil al principio, él se mantuvo enfocado en todo lo que había aprendido.
En un momento, la pelota llegó a sus pies. Con mucha fuerza y precisión, lanzó un tiro directo hacia el arco, y ¡GOOL! Francisco no podía creerlo.
"¡Lo hice! ¡Lo hice!" - gritó emocionado, mientras sus amigos lo abrazaban.
"¡Sos un crack, Fran! ¡Súper gol!" - le dijo Lucas, saltando de alegría.
El torneo terminó y su equipo obtuvo el tercer puesto. Aunque no ganaron el primer lugar, Francisco estaba tan feliz por haber jugado y, más importante aún, por haber creído en sí mismo.
Al final del día, Francisco aprendió que nunca hay que rendirse y que la práctica puede convertir cualquier sueño en realidad. Desde aquel día, ya no dudó en jugar con sus amigos; al contrario, ¡no podía esperar a que fuera la hora del recreo para demostrar todo lo que había aprendido!
Y así, crítico de sus propias habilidades y por fin un jugador decidido, Francisco descubrió que el verdadero éxito no se mide solo en goles, sino en la valentía de dar el primer paso hacia el sueño que siempre anheló.
FIN.