El sueño de Guadalupe
En la hermosa ciudad de Celaya, en el corazón de Guanajuato, vivía una familia pobre. El padre, Don Miguel, era un humilde cartonero que recorría las calles en busca de material para reciclar.
Su hija, Guadalupe, era una niña curiosa y soñadora, a la que le encantaba escuchar las historias y leyendas que su padre le contaba al regresar a casa. A pesar de las dificultades, la familia siempre conservaba la esperanza y la alegría de vivir.
-Papá, ¿por qué la luna siempre nos sigue con su brillo plateado? -preguntó Guadalupe una noche mientras recogían cartones. -Dicen que la luna es la guardian de los sueños, hija.
Nos acompaña en las noches oscuras para recordarnos que siempre hay esperanza y que nuestros sueños pueden brillar como ella -respondió su padre con cariño. Un día, mientras caminaban por las calles de Celaya, Guadalupe encontró un libro abandonado. Con gran entusiasmo, lo llevó a casa y empezó a devorar cada página.
Fue así como descubrió el maravilloso mundo de las letras y se enamoró de la lectura. Con el tiempo, Guadalupe decidió compartir su pasión con los niños de su comunidad, enseñándoles a leer y escribir.
Su padre, orgulloso de su hija, la apoyó en su noble labor. Pronto, la noticia de la joven maestra se extendió por toda la ciudad, y muchos niños acudieron a aprender en su modesta escuela bajo un viejo árbol.
A pesar de las dificultades y las burlas de algunos, Guadalupe mantuvo su valentía y determinación. Un día, un hombre adinerado visitó la escuela de Guadalupe y quedó impresionado por su labor. Quiso ayudarla a construir una escuela digna para los niños de Celaya.
Gracias a su generosidad, el sueño de Guadalupe se hizo realidad. La nueva escuela se convirtió en un faro de conocimiento y esperanza para la comunidad.
Guadalupe, la niña que alguna vez recogía cartones en las calles de Celaya, se había convertido en una inspiración para todos. Y la luna, fiel testigo de su valentía, seguía brillando cada noche, recordándoles que los sueños pueden hacerse realidad.
FIN.