El Sueño de la Alborada



Había una vez, en un pequeño y tranquilo lugar llamado Curauma, una familia maravillosa: los Casanueva Ravello. En mayo de 1996, don Manuel y doña Elena, junto con sus dos hijos, Mateo y Valeria, llegaron a este pintoresco rinconcito.

"Vamos a crear algo especial aquí, cariño", le dijo Manuel a Elena mientras contemplaban el paisaje.

"Sí, un lugar donde los niños puedan aprender y crecer de una manera diferente. ¡Un lugar mágico!", respondió ella con una gran sonrisa.

Así fue como nació la idea de fundar el Colegio Alborada, que significaba un nuevo amanecer para todos los chicos de la localidad. Pepito, el niño del barrio, escuchó hablar sobre la hazaña en el patio de su casa. Pegado a la ventana, exclamó:

"¿Un colegio nuevo en Curauma? ¡Eso suena increíble!"

Mateo y Valeria, emocionados, se acercaron a Pepito y le dijeron con entusiasmo:

"Sí, ¡va a ser un lugar lleno de aventuras!"

Un día, después de muchas reuniones y trabajo duro, la familia Casanueva Ravello organizó una fiesta de inauguración. Invitaron a todos los vecinos a conocer el nuevo colegio.

"Habrá juegos, música y un montón de sorpresas", anunciaron. Todos los chicos no podían esperar a ver lo que la Alborada tenía preparado.

El día de la inauguración, el sol brillaba y los pájaros cantaban. Los vecinos llegaron con sonrisas y mucha alegría, llenos de curiosidad. Doña Elena les mostró el jardín del colegio, donde las flores estaban plantadas en forma de estrellas.

"Aquí, cada niño podrá cuidar su propia estrella de flores", explicó.

"¡Quiero tener una de color azul!", gritó Valeria.

"Yo una amarilla!", dijo Mateo, mientras los otros niños comenzaban a hacer planes sobre cómo cuidar sus jardines.

Pero no todo fue fácil al principio. Un grupo de chicos del barrio, liderados por un niño llamado Lucas, no creía que el nuevo colegio pudiera ser tan especial.

"¿Por qué tendríamos que ir a ese colegio?", decía Lucas. "Es solo un lugar más donde nos mandan a estudiar".

Entonces, un día, Mateo, Valeria y Pepito decidieron invitar a Lucas a conocer su nuevo hogar. Con la esperanza de cambiar su opinión, le dijeron:

"¿Por qué no te unís a nosotros y venís a ver cómo es de verdad?"

Lucas, dudoso pero intrigado, aceptó la invitación. A medida que recorría el colegio, se sorprendió al ver lo dinámico y divertido que era. Las aulas eran luminosas y decoradas con los trabajos de los alumnos. Se dio cuenta de que no solo habría lecciones, sino también juegos y actividades creativas.

"Esto... esto es diferente", admitió Lucas, mientras un brillo de curiosidad iluminaba su rostro.

Desde ese día, Lucas se convirtió en parte de la familia Alborada. Aprendió que cada mañana era una nueva aventura, llena de descubrimientos, risas y nuevos amigos. La magia del colegio se hizo evidente también para los padres. Ellos apoyaron a la familia Casanueva Ravello para seguir desarrollando el proyecto educativo.

Con el paso del tiempo, el Colegio Alborada se convirtió en un lugar lleno de vida, donde los estudiantes aprendían el valor de la colaboración y el respeto. Las actividades eran diversas: había talleres de pintura, música, deportes y hasta un invernadero donde cada niño podía aprender sobre la naturaleza.

En el aula de historia, doña Elena organizó una obra de teatro sobre la historia de los pueblos indígenas. Mateo y Valeria, junto a sus amigos, se disfrazaron con coloridos trajes.

"¡Vamos a representar la historia y cuidar nuestra cultura!", dijo Valeria con mucha emoción. Todos aplaudieron y disfrutaron del espectáculo, haciendo que Lucas se sintiera más conectado que nunca con sus compañeros.

Al llegar al final del curso y después de varias actividades exitosas, el colegio organizó una gran celebración para conmemorar su primer aniversario. Doña Elena, con lágrimas de felicidad, dijo en el micrófono:

"Hoy celebramos el amor, la amistad y todo lo que hemos logrado juntos. ¡Gracias a todos!"

En medio de risas y abrazos, el espíritu del colegio brillaba más que nunca. Por fin, los Casanueva Ravello vieron cómo su sueño se hacía realidad: un colegio donde la colaboración, el respeto, y la creatividad reinaban, y donde cada amanecer traía conocimientos frescos.

Y así, con cada nueva generación de estudiantes, el Colegio Alborada continuó creciendo, convirtiéndose en un faro de esperanza y aprendizaje para todos. Cada año, nuevos niños llegaban llevando sueños, y cada sueño era bienvenido en esa mágica Alborada que nunca dejaba de brillar.

FIN.

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