El Sueño de Libertad de Lucio



En una bulliciosa mañana en la antigua Roma, un niño llamado Lucio corría entre los mercados de la ciudad. La gente iba y venía, comerciando con frutas, telas y especias. Lucio no era un niño cualquiera; era un esclavo. Desde que nació, había trabajado en una casa señorial bajo el dominio de un hombre riguroso llamado Gaius, quien nunca mostró compasión hacia sus esclavos.

"¡Lucio! ¡Apúrate con esas hortalizas!" - gritaba Gaius mientras Lucio se apresuraba a recoger una arrieta de verduras del suelo.

Lucio miraba con anhelo a los niños libres que jugaban en la plaza, correteando con risas y sonrisas. Siempre se preguntaba cómo sería vivir sin cadenas. Cada noche, al cerrar los ojos, imaginaba un mundo donde él pudiera ser un niño común, sin trabajos arduos ni miedo a los gritos de Gaius.

Un día, mientras recogía aceitunas con una amiga esclava llamada Maia, Lucio le confesó su sueño.

"Deseo ser libre, Maia. Quiero correr y jugar sin miedo. No más deberes, solo el viento en mi cara y el sol en mi piel."

"Yo también, Lucio, pero ¿cómo?" - respondió Maia, mirando sus manos cansadas. "El mundo nos ha puesto en este lugar."

Lucio se sentó en un tronco y comenzó a pensar. "Si pudiera encontrar un camino a la libertad..." Pero en el fondo sabía que era muy difícil.

Esa noche, mientras observaba las estrellas, tuvo una idea. Habló con Maia.

"Maia, y si encontramos a alguien que nos ayude a escapar. Puede que haya un hombre o una mujer bondadosa que quiera ayudarnos."

Maia dudó, pero la chispa de la esperanza brilló en sus ojos. Juntos comenzaron a planear su fuga, hablando en voz baja, cuidando de no ser escuchados.

No pasó mucho tiempo hasta que un anciano llamado Marco se cruzó en su camino. Marco era un hombre sabio que había trabajado como médico. Había visto muchas vidas y muchas luchas. Lucio decidió acercarse a él.

"Señor Marco, ¿podría ayudarnos?" - preguntó Lucio con timidez. "Nosotros... estamos buscando la libertad."

Marco lo miró con compasión.

"La libertad a veces se encuentra en los lugares más insospechados, pequeño. Pero deben ser astutos. Les contaré un secreto. Hay un barco que sale al amanecer hacia un puerto lejano, y está dispuesto a acoger a los que buscan una nueva vida."

Los ojos de Lucio brillarons con emoción.

"¿De verdad, señor? Nos llevará a la libertad. ¿Cómo podemos llegar allí?"

"Tendrán que ser cuidadosos. Crúcenlo a pie, de noche, cuando la mayoría duerme. Recuerden, el camino no será fácil."

Lucio, lleno de determinación, fue a buscar a Maia. Juntos, prepararon un pequeño equipaje: un poco de pan y un par de hortalizas. Al caer la noche, dejaron la casa de Gaius, temblando de emoción y miedo.

El camino hacia el puerto estaba lleno de peligros. Debieron cruzar calles oscuras y sortear a los soldados romanos. Sin embargo, con valentía y trabajando en equipo, lograron llegar al puerto.

Pero la travesía no había terminado. Al llegar al puerto, encontraron el barco. Sin embargo, un guardia estaba custodiando la entrada.

"Deténganse, ¿dónde creen que van?" - preguntó el guardia con voz fuerte.

Lucio tomó un profundo suspiro, y miró a Maia. Era el momento de actuar.

"Estamos aquí para trabajar en el barco. Estamos dispuestos a ayudar. ¡Por favor, señor!"

El guardia los miró de arriba a abajo, dudando, pero Lucio mantuvo la mirada firme.

"Hemos trabajado toda nuestra vida, queremos ser útiles. Solo… solo queremos un cambio." - se atrevió a decir.

El guardia, confundido ante la valentía del niño, decidió dejarlo pasar.

"¡Suban, pero no se descontrolen!"

Lucio y Maia se miraron, incrédulos, pero felices. Subieron al barco y se despidieron de Roma. El viento soplaba fuerte y el océano se extendía ante ellos, prometiendo aventuras y un nuevo principio.

Días después, se encontraron en una isla a donde llegaron, un lugar donde los niños podían jugar, trabajar y ser libres. Lucio respiró hondo, saboreando la libertad que siempre había soñado.

"Mira, Maia, esto es nuestro ahora!" - exclamó Lucio riendo frente al mar.

"Nunca lo olvidaré, Lucio. Somos libres!" – respondía Maia, danzando en la orilla.

Y así, el niño que una vez fue esclavo, ahora miraba hacia el futuro con esperanza y alegría. Aprendió que la libertad se construye con valentía y amistad, y que nunca hay que dejar de luchar por nuestros sueños.

FIN.

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