El Sueño de Lucas



Había una vez un niño llamado Lucas que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Desde muy pequeño, por el amor al fútbol y el baloncesto, soñaba con ser un gran jugador. Cada vez que escuchaba el sonido del silbato del árbitro o la pelota rebotar en el suelo, su corazón latía con fuerza. Pero había un pequeño problema: su familia era muy sobreprotectora.

Lucas pasaba todo el tiempo en casa, sin poder jugar con otros niños. Su madre, que siempre temía que se lastimara, decía:

"Lucas, mejor quedate en casa y jugá con esos videojuegos, es más seguro".

Mientras tanto, su padre comentaba:

"El deporte es peligroso, lo mejor es que estudies y te conviertas en un buen profesional".

Así, los sueños de Lucas quedaron guardados en su corazón. Con el tiempo, creció siendo un niño callado y un poco tímido, y aunque sus compañeros de escuela hablaban de fútbol y baloncesto, a Lucas le costaba integrarse.

Un día, mientras caminaba por el parque, vio a un grupo de niños jugando al fútbol. La pelota rodaba de un lado a otro, y los risas llenaban el aire.

"Me encantaría jugar con ellos", pensó Lucas, pero algo le decía que no podía.

Sin embargo, no pudo resistirse y se acercó un poco más. Los niños lo notaron y uno de ellos le dijo:

"¡Hey, vení a jugar!".

Lucas titubeó, pero finalmente dio un paso al frente y se unió al juego. Al principio, no sabía bien qué hacer, así que sólo miraba. Pero, de repente, la pelota llegó a sus pies. Se sintió extraño, pero decidió arriesgarse y pateó con todas sus fuerzas, ¡y la metió en el arco!"¡Gol! ¡Qué buena jugada!", gritaron los chicos.

Lucas se sintió feliz, pero de inmediato, los pensamientos de su familia lo invadieron. ¿No le habrían dicho que jugar al fútbol era peligroso? Sin embargo, en ese momento, se dio cuenta de algo sorprendente: era capaz de hacer lo que tanto había deseado.

Tras esa experiencia, los días siguientes Lucas volvió al parque y se unió al grupo de niños. Pero también se sentía un poco culpable por desobedecer a su familia, así que un día decidió hablar con ellos:

"Mamá, papá, me gustaría jugar al fútbol y al baloncesto".

"¿Pero no te preocupa lastimarte?" -respondió su mamá, preocupándose aún más.

"Prometo que tendré cuidado, además, he conocido amigos que también juegan" -dijo Lucas con determinación.

Viendo el brillo en los ojos de su hijo, su padre dijo:

"Está bien, pero con la condición de que seas responsable".

Lucas, emocionado, no podía creer que finalmente podría jugar. Con el apoyo de sus padres, comenzó a practicar con el equipo de la escuela y se unió a un club de baloncesto. Cada día se sentía más seguro y confiado.

Pero no todo fue fácil. En una de las partidas, un rival le pateó sin querer y Lucas cayó al suelo. Su primer instinto fue el miedo, pero al mirar a su alrededor, vio a sus amigos animándolo:

"¡Vamos, Lucas! ¡Podés!".

Se levantó lentamente y decidió seguir jugando. Esa emoción y apoyo lo impulsaron. Desde ese día, Lucas no sólo siguió practicando fútbol y baloncesto, sino que también fue haciendo nuevos amigos.

Con el tiempo, Lucas se volvió un gran jugador y, lo más importante, aprendió a creer en sí mismo. Sus padres, al verlo tan feliz, se dieron cuenta de que dejarlo volar era parte del amor que sentían por él. Aprendieron a confiar en sus decisiones.

Finalmente, Lucas llegó a ser un símbolo de perseverancia en su escuela. Un día, después de un gran partido, sus compañeros lo levantaron en hombros y gritaron:

"¡Lucas, el mejor jugador!".

En ese momento, Lucas supo que frente a cualquier obstáculo, siempre se puede levantar y hacer realidad los sueños.

Así, Lucas se convirtió no sólo en un buen jugador, sino en un niño social y feliz que se atrevió a ser él mismo.

FIN.

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