El Sueño de Lucas



Era el año 1990 en un pequeño barrio de Buenos Aires. Lucas, un chico de diez años, tenía un sueño: jugar al fútbol en el gran Estadio de River Plate. Cada tarde, Lucas corría hacia el parque con su pelota, un poco desgastada pero llena de historias. Allí, él y sus amigos jugaban, se reían y competían, siempre soñando con ser grandes futbolistas.

Un día, mientras jugaban un partido improvisado, un hombre se acercó a ellos. Era un exjugador de fútbol que había jugado para un famoso equipo de primera división.

"¡Hola, chicos! ¿Qué hacen?" preguntó el hombre con una gran sonrisa.

"Estamos jugando, pero somos sólo unos pibes del barrio", respondió Lucas, un poco tímido.

"¡Eso no importa! Lo que importa es la pasión y las ganas de jugar. Hagan un equipo y vengan a la prueba del club el próximo sábado".

Los ojos de Lucas brillaron. Era la oportunidad que estaba esperando. Se lo contó a sus amigos y todos se pusieron a entrenar. Pero había un problema: uno de sus amigos, Mateo, no tenía una buena zapatilla para jugar, y siempre se sentía inseguro al jugar.

"No voy a ir, no tengo las zapatillas adecuadas", dijo Mateo, con la cabeza gacha.

"¡No importa eso! Lo que cuenta es jugar y dar lo mejor de vos! Además, tal vez podamos conseguir un par prestadas".

Lucas y los demás decidieron ayudar a Mateo. Juntaron dinero de sus alcancías y fueron a una tienda de deportes. Hicieron un plan: si Mateo se presentaba a la prueba, ellos estarían ahí para apoyarlo.

El sábado llegó, y los chicos estaban nerviosos pero emocionados. Allá, frente al club, había muchos niños con zapatos relucientes.

"No sé si tengo chances entre tantos grandes", susurró Mateo.

"Lo importante es que disfrutemos, ¡y si metés un gol eso es lo que más cuenta!"

La prueba fue increíble. Lucas demostró su habilidad y su pasión por el fútbol. Mateo, aunque tenía dudas, recordó el apoyo de sus amigos y se lanzó a jugar. Para sorpresa de todos, hizo un gol espectacular.

Al finalizar la prueba, se sintieron felices, pero no había noticias. Pasaron los días y Lucas empezó a perder la esperanza. Un día, mientras regresaban del parque, su mamá le entregó una carta que había llegado.

"Lucas, ¡mirá!"

Era una carta del club.

"¡Felicidades! Han sido seleccionados para formar parte del equipo juvenil".

Los gritos de alegría resonaron en sus casas. Lucas y Mateo saltaron y se abrazaron.

"¿Ves, Mateo? ¡Nunca hay que rendirse!"

"¡No lo puedo creer!"

Con amor, dedicación y la ayuda de sus amigos, Lucas aprendió que los sueños se hacen realidad, pero que también hay que apoyarse mutuamente. Desde ese día, el barrio tuvo un nuevo equipo, lleno de garra y amistad, que sin importar los obstáculos, siempre creyeron en sus sueños.

Y así, cada sábado, el parque se llenó de risas y juegos, y por supuesto, mucho fútbol.

Lucas entendió que el verdadero triunfo no estaba solo en ganar, sino en disfrutar del juego y compartirlo con quienes más ama.

"¿Jugamos una más, chicos?" exclamó Lucas con gran entusiasmo.

"¡Sí! ¡Por siempre juntos y nunca vencidos!" respondieron todos, y así, con el sol cayendo, el fútbol continuó en su barrio.

FIN.

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