El Sueño de María y su Arbolito



Érase una vez una pequeña niña llamada María que vivía en un encantador pueblo rodeado de colinas verdes y cielos despejados. Cada mañana, María se levantaba emocionada por el día que tendría por delante y su corazón latía con fuerza, especialmente porque tenía un árbol especial en su jardín. Era un pequeño arbolito que había plantado junto a su mamá, y cada día soñaba con que floreciera y le regalara una hermosa flor blanca.

Una tarde, mientras regaba su arbolito, María miró al cielo y dijo: "Ojalá algún día florezcas, pequeño amigo. Quiero que me des una flor blanca como la luna."

Un viento suave comenzó a soplar y, de repente, una diminuta voz salió del árbol. "Hola, María. ¡Soy el guardián del arbolito!"

María se sorprendió, nunca había pensado que un árbol pudiera hablar. "¿De verdad? ¡Qué increíble!"

"Sí, y tengo un secreto para ti. Para que florezca, necesitas regarlo con más que solo agua; tienes que llenarlo de amor y cuidado cada día."

"¿Amor y cuidado? ¿Cómo puedo hacerlo?"

"Dedícale tiempo, cuéntale historias, cuida su terreno y sobre todo, no pierdas la esperanza. Recuerda siempre que todo tiene su tiempo."

María asintió, decidida a seguir aquella sabia sugerencia. Durante los siguientes días, cada vez que regaba el arbolito, le hablaba sobre su día, le leía cuentos de aventuras y cuentos de hadas, y, sobre todo, le prometía que siempre estaría ahí para él.

Sin embargo, a medida que pasaban las semanas, el arbolito no mostraba señales de florecer. María comenzó a desanimarse. "¿Y si nunca floreces, pequeño arbolito?"

"No te desanimes, María. La paciencia y la fe son fundamentales. Las flores necesitan tiempo para crecer. Y mientras esperas, tú también estás creciendo."

Inspirada por las palabras del guardián, María decidió hacer algo especial: organizó una fiesta en el jardín e invitó a sus amigos. "Vamos a cuidar juntos del arbolito!"

Así, niños cachondos de todas partes llegaron al jardín. Lisa, su mejor amiga, preguntó: "¿Cuál es el plan, María?"

"Queremos que este arbolito florezca, así que lo cuidaremos todos juntos!"

Jugaron, rieron y, sobre todo, le pusieron todo su amor al arbolito. Regaron la tierra, limpiaron las hojas, compartieron risas y hasta le cantaron canciones.

Día tras día, las risas de los niños resonaban en el aire, y el arbolito comenzó a cambiar. Las hojas verdes brillaban más y su tronco parecía más fuerte. María notó que había más vida en su pequeño amigo.

Una mañana, mientras María y sus amigos jugaban, notaron algo. "¡Miren!" gritó Juan, un niño del grupo. "¡El arbolito tiene un brote!"

María corrió hacia el arbolito y, efectivamente, allí estaba, un pequeño capullo blanco.

"¿Aumentará?" preguntó Lisa emocionada.

El guardián del arbolito sonrió y dijo: "¡Sí! Con cada acto de amor y amistad, el arbolito está creciendo. Pero todavía necesita más tiempo."

Finalmente, un día soleado, cuando todos los amigos estaban reunidos, el capullo se abrió y una hermosa flor blanca apareció.

"¡Lo lograste, arbolito!" exclamó María emocionada.

"No sólo es tu éxito, María, es el esfuerzo de todos ustedes. La flor simboliza la amistad y el amor que cada uno de ustedes le ofreció."

Desde ese día, el arbolito se convirtió en un símbolo de unión, esperanza y amor en su barrio. Todos los años, celebraban una pequeña fiesta en su honor para recordar que con dedicación, amor y paciencia, cualquier sueño puede hacerse realidad. Y así, María aprendió que cuidar de los demás y soñar juntos es el verdadero camino hacia la felicidad.

FIN.

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