El Sueño de Mariana



Era una mañana soleada en el barrio de San Isidro, cuando Mariana, una niña de diez años con una gran pasión por el fútbol, salió de su casa con un balón bajo el brazo. Siempre había soñado con jugar en el equipo de fútbol de su escuela, pero había un obstáculo en su camino: su papá.

"Papá, hoy tengo práctica de fútbol, ¡puedo ir!" dijo Mariana con entusiasmo.

"No, Mariana, el fútbol es un deporte para varones. Ya te dije que no puedes jugar" respondió su papá con firmeza.

Mariana se sintió triste, pero no iba a rendirse. Todos los días, después de la escuela, se quedaba en el parque mirando a los chicos jugar. A veces, se unía a ellos, escondida de la mirada de su padre.

Un día, mientras miraba el partido, un niño llamado Lucas se acercó a ella:

"¿Por qué no jugás con nosotros?" le preguntó.

"No puedo, mi papá dice que el fútbol es solo para chicos" respondió Mariana, con tristeza.

"Eso es una tontería. El fútbol es para todos. Mirá, ven a jugar una vez, seguro que te va a encantar" le insistió Lucas.

Mariana dudó, pero la emoción de jugar fue más fuerte que su miedo. Así que se unió al juego y se divirtió como nunca. Corría, hacía dribles y hasta metió un gol. Fue el día más feliz de su vida.

Sin embargo, al llegar a casa, su papá la estaba esperando.

"¿Dónde estuviste?" le preguntó.

"Estuve en el parque... jugando a la pelota con Lucas" dijo Mariana, tratando de no parecer asustada.

"Te dije que no jugaras a eso. No quiero que andes en cosas de chicos" dijo su padre, cruzando los brazos.

Esa noche, Mariana no podía dormir. Decidió que tenía que hablar con su padre de una manera diferente. Al día siguiente, se armó de valor y le dijo:

"Papá, ¿podemos hablar?" -su voz temblaba un poco.

"Claro, ¿de qué se trata?" respondió él, sorprendido.

"El fútbol es algo que me apasiona, no es solo para chicos o para chicas. Vi que puedo jugar y divertirme, y eso me hace feliz. ¿No deberías dejarme intentarlo?" dijo Mariana, mirándolo a los ojos.

Su papá la miró fijamente, pensativo.

"No sé, Mari. Nunca pensé que eso fuera para vos..."

"Pero papá, eso es lo que más quiero. Quiero jugar, ser parte del equipo y disfrutar del deporte. Solo pido una oportunidad".

Con el tiempo, Mariana logró convencer a su papá. Finalmente, él dijo:

"Está bien, si eso es lo que querés, entonces te apoyaré. Puedes unirte al equipo de fútbol, pero tendrás que entrenar duro".

Mariana no podía creer lo que escuchaba. Bailó alrededor de su papa de alegría.

"¡Gracias, papá! Prometo que daré lo mejor de mí".

Los días pasaron y Mariana se unió al equipo. Aunque al principio le costó un poco acostumbrarse, pronto se convirtió en una gran jugadora. Su técnico estaba muy impresionado con su dedicación y habilidades.

"Mariana, jugás muy bien. ¿Te gustaría ser la capitana del equipo en el próximo torneo?" le preguntó su entrenador un día.

"¡Sí, por favor!" exclamó con alegría.

El día del torneo llegó, y Mariana estaba muy nerviosa, pero también emocionada. Cuando el árbitro pitó y comenzó el partido, todos los ojos estaban sobre ella. Gracias a su esfuerzo y trabajo en equipo, Mariana anotó el primer gol del partido.

Al final del torneo, su equipo ganó el primer lugar. Mariana estaba radiante.

"Papá, ¿viste? ¡Lo logramos!" le gritó cuando se acercó a él.

"Sí, estoy tan orgulloso de vos, hija. Te he visto crecer y siempre me he dado cuenta de que el fútbol no tiene géneros. Lo que importa es la pasión y el esfuerzo. Eres una verdadera ganadora".

Mariana sonrió, feliz de que su papá finalmente entendiera. Desde ese día, Mariana se convirtió no solo en una gran futbolista, sino también en un ejemplo para muchas otras chicas que soñaban con jugar al fútbol. Y así, Mariana siguió jugando, siempre recordando aquel día en que, con valentía, se atrevió a seguir su sueño.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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