El Sueño de Martín
En un pequeño pueblo llamado Valle Verde, vivía un niño llamado Martín, un niño de diez años lleno de energía y sueños grandes. Su mayor deseo era convertirse en un gran astronauta y explorar el espacio junto a su padre, Miguel, quien era un apasionado de la astronomía.
Cada noche, después de cenar, Miguel y Martín se sentaban en el jardín de su casa con un telescopio viejo pero querido. Estrellas titilantes decoraban el cielo, y el padre siempre decía:
"Mirá esas estrellas, Martín. Algunas de ellas podrían ser planetas que aún no conocemos. Algún día, vas a volar hasta allí."
Martín sonreía y se perdía en sus pensamientos, imaginando lo que sería tocar una estrella o caminar sobre un planeta lejano. Juntos, trazaban mapas estelares y soñaban con aventuras intergalácticas.
Pero una fatídica mañana, el sol salió para iluminar un día gris. Miguel no despertó. Martín sintió que su corazón se rompía en mil pedazos cuando recibió la noticia. La tristeza lo envolvió como una nube oscura, y el telescopio, que antes los unía, ahora parecía un recordatorio de todo lo que había perdido.
Los días pasaron y Martín, aunque lleno de tristeza, recordaba las palabras de su padre:
"Nunca dejes de soñar, hijo."
Decidido a honrar la memoria de su padre, Martín tomó una valiente decisión. Organizó una feria del espacio en su escuela para recaudar fondos y crear un pequeño observatorio en el pueblo. Un lugar donde todos pudieran aprender sobre las estrellas, como su padre le había enseñado.
Con la ayuda de sus amigos, Martín comenzó a planificar el evento. Hicieron carteles coloridos, habitaron el parque y decoraron todo con estrellas y planetas de papel. En la feria, habría juegos, comida rica y una noche de observación astronómica. La idea de que otros pudieran mirar las estrellas y soñar como él lo había hecho con su padre lo llenaba de esperanza.
"¿Y si no llegamos a reunir suficiente dinero?" - preguntó uno de sus amigos, con miedo en la voz.
"No importa si no es mucho, lo importante es hacer lo que a papá le gustaría. Luchar por nuestros sueños, por la astronomía. Él nos enseñó eso" - respondió Martín, con una luz en sus ojos.
El día de la feria llegó. El parque estaba lleno de risas y alegría. Adultos y niños se unieron para probar las delicias que ofrecían; las luces de colores brillaban como estrellas en la noche. Cada vez que alguien cambiaba dinero por una golosina, Martín sentía que un pedacito de su corazón sanaba.
Al caer la noche, con más dinero del que habían esperado, Martín y sus amigos instalaron el telescopio en medio del parque. La gente hacía fila emocionada, esperando su turno para mirar las constelaciones y los planetas.
"¡Miren! Ahí está Saturno!" - exclamó un niño, con brillo en sus ojos.
Martín sonrió al escuchar las risas y los sueños de otros niños. Entonces, recordó una frase que su padre solía decir.
"Cuando miras las estrellas, nunca estás solo, querido. Siempre hay quienes te cuidan desde el cielo."
Cuando la noche terminó y se contaban los fondos recaudados, Martín sintió una oleada de emoción. Observaron juntos el viejo telescopio, y con la ayuda de su profesora y su comunidad, lograron levantar un pequeño observatorio en el pueblo. El lugar sería un homenaje a su padre y una inspiración para futuras generaciones.
Y así, aunque su padre no estaba físicamente a su lado, Martín pudo cumplir su sueño. Con cada vistazo al cielo, sabía que Miguel siempre estaría ahí, como una estrella más, guiando sus caminos hacia nuevas aventuras.
"Papá, lo logramos. Esto es solo el comienzo" - susurró Martín una noche, mirando las estrellas.
Y desde entonces, cada vez que alguien miraba por el telescopio, Martín sentía que su padre también sonreía desde el vasto universo, recordándoles a todos que los sueños, aunque a veces se ven como estrellas inalcanzables, siempre pueden hacerse realidad si uno trabaja con amor y perseverancia.
FIN.