El Sueño de Martín y su Caballo



En un hermoso campo lleno de flores de todos los colores, vivía un niño llamado Martín. Tenía un corazón tan grande como el cielo y un sueño aún más grande: quería ser domador de caballos y tener un compañero equino que lo acompañara en sus aventuras. Su mamá, a menudo, le decía:

"Martín, los sueños son como semillas. Si los cuidas y les das amor, crecerán y florecerán".

Cada día, después de la escuela, Martín corría al campo que quedaba detrás de su casa, donde se veía un grupo de caballos pastando en libertad. Sin embargo, había uno que destacaba entre todos: un caballo de pelaje dorado llamado Sol, que siempre miraba a Martín con curiosidad.

Un día, mientras Martín alimentaba con un poco de pasto a Sol, sintió que el caballo apoyaba su hocico en su mano.

"¡Hola, amigo!", exclamó Martín.

A partir de ese momento, comenzaron a forjar una hermosa amistad. Martín iba todos los días a visitarlo, a hablarle sobre sus sueños y aventuras. Con el paso del tiempo, Martín decidió que era hora de intentar montarlo.

Un día, decidió acercarse lentamente a Sol, hablando con voz suave y cariñosa.

"Sol, me gustaría que fueras mi compañero de aventuras. ¿Te gustaría pasear conmigo?"

Sol, que ya estaba acostumbrado a la presencia del niño, inclinó la cabeza como si estuviera de acuerdo.

Martín colocó una silla de montar y, con un poco de miedo pero mucha emoción, subió al lomo de Sol.

"¡Lo logré!", gritó Martín, sintiéndose como un verdadero jinete.

Sin embargo, en su primer paseo, Martín tuvo un pequeño susto. Sol salió galopando y Martín, aunque sorprendido, se mantuvo firme.

"¡Calma, Sol! Vamos a hacerlo juntos", gritó Martín.

Y así, con la confianza del cariño que se habían dado, lograron frenar y volver a la calma.

Los días pasaron y Martín y Sol vivieron muchas aventuras juntos. Saltaron riachuelos, exploraron rincones del campo y disfrutaron de los atardeceres.

Pero un día, mientras paseaban, se encontraron con un grupo de niños que jugaban cerca de su casa, y uno de ellos se acercó.

"¡Mirá, un caballo! ¿Puedo montar?"

Martín sintió un cosquilleo de celos pero decidió compartir a Sol.

"Claro, vení. Sol es muy bueno y se deja montar".

Después de un rato de juegos, Martín se dio cuenta de que su amor por Sol se multiplicaba cuando compartía esos momentos con otros. Desde ese día, Martín tuvo una idea.

Reunió a todos los niños del barrio e invitó a que vinieran a jugar con Sol.

"¡Vamos! ¡Sol nos necesita a todos!", les dijo.

Así, todos los días, el campo se llenó de risas y juegos. Martín descubrió que la amistad y la compañía son la base para hacer los sueños más grandes.

Finalmente, el sueño de Martín no solo fue tener un caballo, sino crear un espacio donde todos los niños pudieran aprender a montar y cuidar a Sol.

"¿Ves, Sol?", dijo Martín un día mientras miraba el campo lleno de niños.

"Tu amor y compañía nos han hecho más fuertes y felices a todos".

Y así, en un rincón del mundo, el amor por un sueño creció y floreció, convirtiéndose en un hermoso campo de amistad y alegría.

Moraleja: Los sueños compartidos son más bonitos y significativos que los sueños individuales. Cuidar y compartir con amor siempre lleva a la alegría y la felicidad.

FIN.

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