El Sueño de Mateo



Era un día soleado en Buenos Aires, y un niño llamado Mateo estaba sentado en su escritorio, rodeado de hojas llenas de dibujos y notas. Desde hacía tiempo, soñaba con crear su propio videojuego, una aventura en la que los jugadores pudieran explorar mundos mágicos y vivir increíbles historias.

- ¡Quiero hacer un videojuego! , -exclamó Mateo mientras miraba una pantalla llena de imágenes de sus personajes favoritos.

Sin embargo, había un problema. Mateo no tenía dinero para comprar las herramientas necesarias ni para contratar a alguien que lo ayudara. Su familia no podía permitirle gastar todo su ahorro en un sueño que parecía inalcanzable.

- ¿Cómo voy a hacerlo? -pensó Mateo con tristeza mientras miraba por la ventana.

Pero Mateo no era de los que se rendían fácilmente. Decidió que lo primero que necesitaba era conseguir trabajo. Con la ayuda de su mamá, imprimió algunos volantes donde ofrecía su ayuda para pasear perros en su barrio.

Durante tres meses, trabajó duro. Todos los días, después de la escuela, salía con su mochila llena de golosinas y una botella de agua. Paseaba a los perros de sus vecinos, se ganaba su confianza y también la de sus dueños.

- Eres un gran paseador, Mateo. ¡Estos perros te adoran! -le dijo una vecina mientras le acariciaba la cabeza a un perrito.

Mateo sonreía, sintiéndose feliz de poder ayudar y a la vez juntar dinero. Al terminar esos tres meses, contó lo que había ahorrado. ¡Había conseguido suficiente para comprar un programa de diseño de videojuegos y algunas herramientas!

- ¡Lo logré! -gritó emocionado mientras saltaba alrededor de su habitación.

Ahora, con su dinero, empezó a diseñar su videojuego. Pasaba horas frente a la computadora, creando personajes, escenarios y escribiendo la historia de un valiente caballero que debía rescatar a una princesa en un reino lejano. Pero había algo que no sabía: programar no era tan fácil como parecía.

Después de varios días intentando, comenzó a frustrarse.

- ¡Esto es más complicado de lo que pensé! -dijo, dando un golpe suave a la mesa.

Pero su amor por el proyecto lo mantenía motivado. Decidió pedir ayuda. Habló con su profesor de informática, el Sr. Pérez, y le contó sobre su sueño y los problemas que estaba enfrentando.

- No te preocupes, Mateo. Todos enfrentamos dificultades. Puedo enseñarte algunos conceptos básicos de programación. ¿Te gustaría? -le respondió el profesor con una sonrisa.

Mateo, lleno de gratitud, aceptó la oferta. Así, cada tarde después de la escuela, asistía a clases con el Sr. Pérez y aprendía todo lo que podía. Mientras tanto, sus amigos notaban su entusiasmo.

- ¿Por qué no nos dejas ser testers de tu juego? -sugirió su amigo Lucas un día.

- ¡Eso sería genial! -respondió Mateo, iluminándose. Así fue como sus amigos se unieron al proyecto, aportando ideas y ayudándolo a probar el juego.

Con el tiempo, después de muchas risas y horas de trabajo, Mateo y sus amigos terminaron el videojuego. Organizaron una pequeña presentación en su escuela.

- ¡Chicos, no saben cuánto me alegra que estén aquí! -dijo Mateo nervioso, mirando a sus compañeros.

Los alumnos se sentaron, expectantes, mientras Mateo comenzó a jugar su obra. Todos quedaron maravillados con la historia y los gráficos. Cuando terminó, estallaron en aplausos.

- ¡Es increíble, Mateo! -gritó Ana, una compañera.

- ¡Quiero jugarlo otra vez! -dijo otro amigo emocionado.

Mateo sonrió, abrumado por la alegría. Se dio cuenta de que no solo había logrado crear un videojuego, sino que también había aprendido el valor del trabajo en equipo y la perseverancia.

- Este es solo el comienzo -se dijo a sí mismo. -Voy a seguir creando más aventuras.

Y así, Mateo no solo cumplió su sueño, sino que también sembró la semilla de muchos más, aprendiendo que todo esfuerzo vale la pena cuando se persigue con pasión.

FIN.

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