El Sueño de Mateo
Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Desde que pudo dar sus primeros pasos, el fútbol fue su gran pasión. Soñaba con ser un jugador profesional, y cada día, al salir del colegio, se dirigía al parque con su pelota de fútbol en busca de amigos para jugar.
Un día, mientras driblaba en el parque, se encontró con su vecino, el anciano Don Carlos, quien siempre miraba el fútbol por la televisión. Don Carlos lo observó jugar durante un rato y se acercó.
"¡Qué bien jugás, pibe!" - le dijo con una sonrisa. "¿Sabías que podrías llegar a ser un gran jugador algún día?"
"Sí, Don Carlos. ¡Quiero jugar para la selección!" - respondió Mateo, con los ojos brillando de emoción.
"Tené cuidado, Mateo. Este camino requiere mucho esfuerzo y dedicación. Pero si realmente lo querés, no dejes de practicar y mejora tus habilidades cada día", le aconsejó.
Mateo se lo tomó muy en serio. Todos los días después del colegio, se entrenaba en el parque y miraba videos de sus ídolos. En poco tiempo, su técnica mejoró y comenzó a destacar entre sus amigos. Un día, un entrenador de un club local lo vio jugar y se acercó a él.
"¡Hola, pibe! ¿Te gustaría unirte a nuestro equipo?" - le preguntó el entrenador, sorprendido por su talento.
Mateo no lo podía creer.
"¡Sí, por supuesto!" - respondió emocionado.
Así que empezó a practicar con el equipo. Sin embargo, las cosas no fueron tan fáciles. Después de algunas semanas, Mateo se sintió frustrado. No siempre era titular y a veces no comprendía las estrategias que se le pedían. Una tarde, luego de un mal partido, se sentó en el banquillo y se puso a llorar.
"Esto es más difícil de lo que pensé" - le dijo a su amigo Lucas, que se acercó a consolarlo. "Quizá no soy bueno suficiente".
"No digas eso, Mateo" - le respondió Lucas. "Todos los grandes jugadores pasan por momentos difíciles. Solo tenés que seguir practicando y no rendirte, ¿sí?"
Mateo se limpió las lágrimas y decidió esforzarse aún más. A partir de entonces, no solo practicaba con su equipo, sino que también corría por las mañanas y hacía ejercicios en casa. Con el tiempo, fue mejorando su juego y, un día, fue nombrado capitán del equipo.
El gran día llegó: el equipo de Mateo había clasificado a la final de un torneo importante. Mateo, con mucho nervio, se preparó junto a sus compañeros antes del partido.
"Ustedes son el mejor equipo y hemos trabajado duro para llegar hasta aquí. ¡Hoy ganamos o ganamos!" - les gritó Mateo, motivándolos.
El partido fue intenso. Ambos equipos ofrecieron un gran espectáculo, pero Mateo se destacó por su habilidad para driblar a los defensores. En el último minuto, el balón llegó a sus pies.
"¡Es ahora o nunca!" - pensó mientras avanzaba hacia la portería rival. Con un gran remate, el balón se coló en el arco y el estadio estalló de alegría. ¡El equipo había ganado!
Todos los jugadores se abrazaron y celebraron. Gracias a su arduo trabajo, Mateo había llevado al equipo a la victoria. Al final del torneo, el entrenador le dio un premio especial.
"Esto es solo el comienzo, Mateo. Con tu talento y dedicación, estoy seguro que un día estarás jugando para la selección" - le prometió.
Esa noche, mientras miraba las estrellas desde su balcón, Mateo sonreía, sabiendo que estaba un paso más cerca de su sueño.
Con el apoyo de su familia, sus amigos y Don Carlos, siguió entrenando, y no importaba cuán difícil se pusiera, siempre recordaba lo que había aprendido en esos momentos de distracción y desesperanza: que los sueños, aunque pueden parecer lejanos, se pueden alcanzar si se trabaja duro y se tiene pasión.
Y así, Mateo continuó su camino, sabiendo que cada pequeño esfuerzo lo acercaba al campo de juego y al equipo de la selección argentina. ¡El futuro era brillante para aquel pequeño soñador!
FIN.