El sueño de Mateo
Había una vez un niño llamado Mateo que vivía en un pequeño barrio del norte de Buenos Aires. Desde que tenía memoria, su pasión era el fútbol. Cada día, después de la escuela, corría al parque a jugar con sus amigos. Los chicos del barrio lo llamaban ‘el diablillo’ porque siempre lograba hacer un gol imposible.
Un día, mientras practicaban tiros libres, Mateo soñaba con ser el mejor jugador del mundo. "Algún día quiero jugar en la selección argentina"-, le decía a sus amigos, con los ojos brillando de ilusión. Sus amigos sonreían, pero también había quienes se reían. "Sos muy chico, Mateo"-, le decían. Pero él no se desanimaba. Tenía un gran corazón y mucha determinación.
Una mañana, mientras practicaban en el parque, un hombre se acercó. Era un famoso cazatalentos del club local. "Soy el señor Martín, he estado observándolos jugar. ¿Hay algún jugador cuyo talento debería conocer?"- preguntó.
Los amigos de Mateo comenzaron a señalarlo. "¡Mateo! ¡Mateo!"- gritaron al unísono. El corazón de Mateo latía a mil por hora. "¿Yo?"- preguntó, algo sorprendido.
"Sí, creo que tienes un gran potencial. ¿Te gustaría entrenar con nosotros?"- dijo el señor Martín. Mateo no podía creer lo que escuchaba. "¡Sí, sí! ¡Claro que sí!"- exclamó emocionado.
Así fue como empezó a ir tres veces por semana al club. Se levantaba temprano, se ponía su camiseta favorita y, con una sonrisa enorme, corría hacia el campo de entrenamiento. Cada día aprendía algo nuevo y conocía a chicos de su edad que también soñaban con ser futbolistas.
Sin embargo, Mateo también enfrentaba muchos desafíos. Algunos días se sentía cansado, y a veces fallaba en tiros que antes le resultaban fáciles. "¿Por qué me costará tanto?"- se preguntaba. Las dudas comenzaron a inundar su mente, pero su amor por el juego siempre lo empujaba a seguir intentando.
Un día, el señor Martín organizó una prueba para seleccionar a los mejores jugadores del club para un torneo importante. Mateo estaba nervioso, pero decidió dar lo mejor de sí. "¡Tengo que demostrarles lo que puedo hacer!"- se decía a sí mismo.
El día de la prueba, Mateo se sintió abrumado por la presión. Muchos de los otros chicos eran más grandes y más experimentados. Durante el partido de selección, tuvo una oportunidad de oro al recibir un pase perfecto. Miró a la portería y soltó un potente disparo... ¡La pelota golpeó el poste! Todos se quedaron en silencio por un instante.
Mateo sintió que su corazón se detenía. "No puede ser…"- murmuró. Pero algo dentro suyo le dijo que no debía rendirse. Mientras se agachaba para recoger el balón, recordó qué era lo que realmente amaba del fútbol: jugar, divertirse y hacer amigos.
"¡Vamos Mateo! ¡Podés!"- le gritó su mejor amigo, Lucas, desde la línea de banda.
Eso le dio fuerzas. En la siguiente jugada, interceptó la pelota y se lanzó hacia el área rival. Corrió con todas sus fuerzas, dribló a un defensor y, al llegar al borde del área, apuntó mejor y disparó otra vez. ¡GOL! El balón se metió en la red como un rayo.
Esa noche, el señor Martín le dio la gran noticia. "Mateo, te seleccionamos para el torneo. Tu gol fue impresionante. Pero lo que más nos gusta es tu pasión por el juego"-. Mateo se sintió en la cima del mundo y abrazó a sus amigos.
El día del torneo, Mateo jugó con todo su corazón. Aunque el equipo no ganó el trofeo, cada uno disfrutó del juego como si fuera una final del mundo. Al finalizar, Mateo entendió que el verdadero triunfo no era ganar, sino disfrutar del fútbol y aprender junto a sus amigos.
"Chicos, hoy jugamos como los grandes"- dijo Mateo con una sonrisa. "Lo hicimos por el amor al juego"- y sus amigos asintieron con entusiasmo.
Al final del día, Mateo regresó a casa, y mientras soñaba con su futuro en el fútbol, sabía que había aprendido una valiosa lección: la perseverancia y la pasión son tan importantes como el talento. Por eso, decidió seguir jugando y trabajando duro, no sólo por sí mismo, sino por cada uno de los que alguna vez habían creído en él.
FIN.