El Sueño de Max y el Juegoloro



En un hermoso parque de Buenos Aires, un tranquilo perro llamado Max disfrutaba de una larga siesta bajo la sombra de un frondoso jacarandá. Su cuerpo estaba relajado y sus patas se movían suavemente mientras soñaba con corchos y pelotas que le lanzaban para atrapar.

De repente, un loro colorido llamado Lucho apareció volando. Su plumaje brillaba con tonos verde, amarillo y rojo, y su picoteo juguetón lo hacía destacar entre los árboles.

"¡Hola, perrito!" - gritó Lucho emocionado antes de aterrizar cerca de Max. "¿Querés jugar conmigo?"

Max abrió un ojo y, todavía medio dormido, miró al loro con curiosidad.

"Mmm... Estoy cansado, loro. Es un lindo día para dormir." - respondió el perro con un suave bostezo.

Lucho, sin rendirse, comenzó a saltar de un lado a otro, revoleando su pequeño cuerpo lleno de energía.

"¡Pero Max! ¡Hoy es el día perfecto para jugar! Podemos buscar pelotas, correr entre los árboles y, si querés, hacer volar un poquito, ¿qué te parece?" - sugirió el loro, mientras realizaba piruetas en el aire.

Max, sintiendo la energía de su nuevo amigo, decidió abrir ambos ojos y se incorporó.

"Bueno, quizás un ratito no me haría mal. ¿Tenés algo en mente?" - preguntó el perro, estirando sus patas.

"¡Claro! ¡Vamos a jugar a las escondidas! Yo me escondo, vos contás y luego me buscás. ¡Es muy divertido!" - Lucho gritó, emocionado por la idea.

Max, siempre dispuesto a divertirse, comenzó a contar.

"Uno... dos... tres..." - mientras hacía los números, Lucho voló alto para ocultarse detrás de una gran rama.

"...cuatro... cinco... ¡listo! ¡Ahí voy!" - dijo Max, comenzando su búsqueda.

Buscó bajo los arbustos, detrás de los bancos y alrededor de la fuente del parque. Después de un rato, se detuvo, confundido.

"¿Dónde está Lucho? Este juego es más difícil de lo que pensé." - murmuró Max, mientras se dejaba caer en la hierba.

De repente, Lucho salió volando desde su escondite.

"¡Acá estoy! ¡Te encontré!" - exclamó, moviendo sus alas con alegría.

Max rió a carcajadas.

"¡Es verdad! ¡No te había visto!" - dijo el perro, sintiéndose un poco más vivo.

Después de varias rondas de escondidas, Lucho propuso otra idea.

"Ahora juguemos a la pelota. Yo te la tiro y tú la traes, ¿te parece?" - dijo mientras buscaba un pequeño balón en el césped.

"¡Perfecto!" - respondió Max.

Lucho lanzó la pelota con su pico y Max corrió tras de ella, atrapándola con entusiasmo.

"¡Soy el rey de la carrera!" - ladró Max, feliz de sentir el viento en su pelaje mientras corría.

Pasó un buen rato hasta que ambos amigos se sintieron cansados. Se sentaron juntos bajo el árbol, disfrutando del sol.

"Sabés, Lucho, nunca pensé que dormiría sería interrumpido de una forma tan divertida. ¡Me alegra haberte conocido!" - dijo Max, lagrimeando de felicidad.

"¡Y yo me alegro de que te hayas animado a jugar! A veces, sólo hay que dar un pequeño empujoncito para salir de la rutina, ¿no?" - respondió Lucho, sonriendo.

De repente, escucharon un ruido raro. Un grupo de niños llegó al parque, armados con cometas y una pelota. Max se levantó, excitado.

"¡Mirá, Lucho! ¡Ellos también vienen a jugar! Vamos a unirnos a ellos."

Los dos amigos se unieron a los niños, corriendo detrás de las cometas, saltando y disfrutando de sus travesuras.

Desde aquel día, Lucho y Max se convirtieron en inseparables amigos, disfrutando de cada momento en el parque. El loro llevó siempre al perro un poco de su entusiasmo, mientras que Max le enseñó a Lucho lo lindo que es disfrutar de una buena siesta bajo el sol.

Juntos aprendieron que, a veces, un pequeño cambio de rutina, una simple invitación, puede transformar un día aburrido en una gran aventura llena de diversión y amistad.

FIN.

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