El sueño de René
Había una vez un sapo llamado René, que vivía en el bosque y soñaba con conocer la luna.
Habían pasado muchos días desde que escuchó a los pájaros contar lo hermosa que era la luna, y decidió emprender un viaje para verla con sus propios ojos. René saltaba entre las hojas secas del suelo, con su mirada fija en el cielo nocturno. De repente, se encontró cara a cara con una serpiente que le bloqueaba el paso.
La serpiente lo miró con ojos hambrientos y dijo: "¿A dónde crees que vas, sapito? Estoy muy hambrienta y tú pareces un bocado delicioso".
- ¡Por favor, señora serpiente! Solo quiero llegar a la luna para admirar su belleza -respondió René temblando de miedo. La serpiente observó al sapo por un momento y decidió no hacerle daño. "Está bien, pequeño sapo. Puedes seguir tu camino hacia la luna", dijo la serpiente sorprendiendo a René.
Feliz de poder continuar su viaje, René siguió saltando hasta encontrar un águila majestuosa posada en una rama cercana. El sapo le contó sobre su deseo de ver la luna y el águila asintió amablemente.
- Yo te llevaré hasta donde puedas verla más cerca, querido René -dijo el águila extendiendo sus alas. René se subió al dorso del águila y juntos volaron alto en el cielo oscuro. Desde las alturas, pudieron contemplar la luna brillante rodeada de estrellas titilantes.
Era tan hermosa como habían dicho. - ¡Gracias por cumplir mi sueño! ¡Es aún más impresionante de lo que imaginaba! -exclamó René emocionado. Pero cuando estaban regresando al bosque, una densa neblina cubrió todo a su alrededor y perdieron el rumbo.
La noche se volvía cada vez más oscura y fría. Justo cuando parecía que estaban perdidos para siempre, unas diminutas luces comenzaron a brillar en la oscuridad: eran luciérnagas guiándolos de vuelta al bosque seguro.
- ¡Gracias por ayudarnos a encontrar nuestro camino de regreso! -agradeció René mientras descendían junto al águila. Finalmente, llegaron sanos y salvos al bosque donde todos los animales los esperaban ansiosamente.
René les contó sobre su aventura para ver la luna gracias a la bondad de la serpiente, el águila y las luciérnagas. Desde ese día en adelante, René aprendió que siempre hay bondad en lugares inesperados y que trabajar juntos puede llevarnos más allá de nuestros sueños más grandes.
Y así continuó disfrutando las noches bajo la luz plateada de aquella hermosa luna que tanto anhelaba conocer.
FIN.