El Sueño de Sofía



Había una vez en un elegante barrio de Buenos Aires, una niña llamada Sofía. Desde muy pequeña, Sofía soñaba con ser bailarina. Pasaba horas en su habitación, con música clásica sonando suave de fondo, mientras giraba y saltaba con gracia. Pero sus papás, don Javier y doña Elena, tenían otros planes para ella.

- “Sofía, querida, debes enfocarte en tus estudios”, le decía su papá. “Tienes que ser ingeniera o médica, como se espera de alguien de nuestra familia”.

- “Sí, mi amor, el ballet es lindo, pero no es una carrera seria”, añadía su mamá, mientras organizaba algunos libros de matemáticas.

Sofía los miraba con tristeza, sabiendo que su pasión por el baile era un camino que les parecía inadecuado. Pero un día, mientras jugaba en el parque, conoció a una anciana llamada Marta. Ella era exbailarina y había tenido un gran éxito en su juventud.

- “¿Bailar es un sueño para vos, nena? ”, preguntó Marta con una sonrisa.

- “Sí, pero mis papás no me dejan”, contestó Sofía, con la mirada baja.

- “Nunca permitas que te digan lo que puedes o no puedes hacer”, dijo Marta, soltando una risa llena de sabiduría. “La vida es solo una, y hay que seguir lo que amamos”.

Sofía volvió a casa con el corazón palpitante. Esa noche, se decidió a hablar con sus padres. Al día siguiente, se sentó con ambos en la mesa del desayuno.

- “Mamá, papá, quiero contarles algo muy importante”, empezó con voz temblorosa. “Quiero ser bailarina. No quiero estudiar solo matemáticas o ciencias. El baile me hace feliz”.

Sus padres se miraron, perplejos.

- “Sofía, querida, eso es un sueño lindo, pero no es práctico”, dijo don Javier, tratando de explicarle.

- “No puedes vivir de un sueño”, agregó doña Elena, viéndola con preocupación.

Pero Sofía no se rindió. Decidió que tendría una segunda opinión. Fue a hablar con su maestra de danza, la señora Ana, quien había notado el talento de la niña.

- “Sofía, llevame a tus papás a una función. Dejamé mostrarles lo que podés hacer”, le propuso la señora Ana, con un brillo en los ojos.

- “¡Eso haré! ”, exclamó Sofía, saliendo del estudio con una nueva esperanza.

Llegó el día de la función, y los padres de Sofía, aunque reticentes, accedieron a ir. Cuando vieron a su hija sobre el escenario, envuelta en luces brillantes y danzando como si flotara en el aire, sus corazones se llenaron de orgullo.

- “¡Mirala, es impresionante! ”, murmuró doña Elena, con lágrimas en los ojos.

- “No parece que esté actuando, parece que realmente es eso lo que ama”, agregó don Javier, emocionado.

Al final de la actuación, la señora Ana subió al escenario y anunció que Sofía había sido seleccionada para una competencia internacional de danza. Los aplausos resonaban en el teatro y fue entonces cuando Sofía, buscando a sus padres en la multitud, vio en sus rostros un brillo nuevo: la aceptación.

Después de la función, don Javier y doña Elena abrazaron a su hija con fuerza.

- “Perdóname, Sofía. Hoy aprendí que una carrera no es solo un trabajo, es algo que nos hace vibrar el corazón”, dijo su papá, con una sonrisa sincera.

- “Queremos apoyarte en lo que amás, nuestro amor es lo más importante”, añadió su mamá, emocionada.

Desde entonces, Sofía no solo se volvió una talentosa bailarina, sino que también ayudó a su familia a entender que los sueños son parte fundamental de lo que nos hace felices.

Como el viento que sopla entre los árboles o el sol que se asoma por la mañana, el deseo de bailar siempre estaba presente, y Sofía nunca dejó de seguir su propio camino. Así, junto a sus padres, aprendió que alentar los sueños de los demás es la mejor forma de amar. Y todos vivieron felices, con el baile resonando en sus corazones.

FIN.

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