El Sueño de Sofía



Era un día soleado en la ciudad de Rosario. Sofía, una niña de diez años, soñaba con jugar al fútbol con sus amigas en el parque. Siempre había querido ser parte de un equipo y correr tras la pelota, pero en su escuela el fútbol era solo un juego de los chicos.

Un día, mientras Sofía observaba a sus compañeros de clase jugando un partido, se acercó a Valentina, su mejor amiga.

"Valen, ¿por qué no podemos jugar al fútbol nosotras también?"

"No sé, Sofía. Creo que a las chicas no nos dejan. ¿Por qué no vemos cómo podemos hacerlo?"

Con esa decisión, las dos amigas se acercaron a un grupo de chicas que miraban el partido.

"¡Hola! ¡Queremos jugar al fútbol!" dijo Valentina, un poco nerviosa.

"¿Pero hay chicas que juegan al fútbol?" preguntó una de las chicas, sorprendida.

Sofía, con valentía, respondió:

"Sí, ¡podemos hacerlo! Solo necesitamos una pelota y un espacio. ¿Ustedes quieren unirse?"

Las chicas comenzaron a murmurar. Al principio les daba un poco de vergüenza, pero, al verse unas a otras, comenzó a surgir la idea de formar un equipo. Pronto, varias de ellas fueron diciendo que sí.

"¡Vamos! ¡Hagamos un equipo de fútbol femenino!" gritó una de las chicas entusiasmada.

La emoción fue creciendo, y juntas decidieron que el próximo sábado iban a hacer un encuentro en el parque. Cuando llegó el gran día, Sofía y sus amigas se presentaron al parque con zapatillas, camisetas y una gran pelota de fútbol que Valentina había traído.

Al principio, todo era un poco complicado. Cada vez que alguna de ellas intentaba dar un pase, la pelota se iba para un lado o se les escapaba.

"No importa, ¡estamos aprendiendo!" dijo Florencia, una de las chicas más entusiastas.

Después de un rato de jugar, comenzaron a coordinarse mejor y a reírse juntas.

"Sofía, ¡pasámela!" gritó Ana mientras corría hacia el arco improvisado. Sofía la miró y, con un golpe firme, le envió la pelota.

"¡Gol!" gritaron todas al unísono.

La alegría era contagiosa y la confianza de las niñas iba en aumento. Pero surgió un pequeño problema. Al poco rato, un grupo de chicos que habitualmente jugaba en el mismo parque las miró con burla.

"¿Qué hacen ustedes jugando al fútbol?" les gritaron.

"¡El fútbol es para chicos!" se rieron. Sofía se sintió decaer un poco, pero Valentina, siempre dispuesta a levantar el ánimo, dijo:

"¡Eso no es cierto! El fútbol puede ser para todos, y nuestro equipo es genial. ¡Démosle un ejemplo!".

Las chicas se miraron y se llenaron de energía.

"¡Sí, vamos a demostrarles lo que somos capaces!" dijo Sofía, dispuesta a enfrentarse a la situación.

Volvieron a jugar con más fuerza y determinación. Al final, comenzaron a atraer a otros chicos que se unieron al juego por curiosidad. Al ver lo bien que se divertían, decidieron unirse.

"¡Voy a jugar un rato!" dijo uno de los chicos.

"¡Genial! ¡Cuantos más, mejor!" exclamó Florencia.

Y así, un partido que empezó con risas y nervios terminó siendo un torneo improvisado entre amigos, donde tanto chicas como chicos compartieron ese amor por el fútbol. Sofía se dio cuenta de que con el apoyo de sus amigas no solo había adquirido confianza, sino que también había logrado romper barreras.

"No hay que rendirse ante los comentarios de otros. El fútbol es para todos!" dijo Sofía mientras las chicas celebraban su primera experiencia de juego.

Desde aquel día, el grupo de chicas siguió jugando todos los sábados, y luego organizaron partidos con otros equipos de la ciudad. Al final del año, Sofía fue elegida como capitana de su equipo y aprendió que con esfuerzo y amistad, no hay sueño que no se pueda lograr.

FIN.

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