El Sueño de Valentina
Había una vez una niña de 9 años llamada Valentina. Desde muy pequeña, Valentina se había enamorado de la danza. Cada vez que escuchaba música, su cuerpo empezaba a moverse como si estuviera flotando. En su habitación, solía poner sus canciones favoritas y practicaba pasos de ballet, soñando un día convertirse en una gran bailarina.
Toda la ciudad conocía a Valentina, ya que siempre estaba llenando de alegría con sus piruetas y saltos. Pero había algo que la preocupaba, su familia no podía costearle clases de baile.
Un día, mientras Valentina soñaba con el escenario, su abuelita la sorprendió.
"¿Por qué tan pensativa, mi amor?" preguntó.
"Quiero ser bailarina, abuela, pero no tengo dónde aprender."
La abuela sonrió, sabiendo cuánto amaba a su nieta el baile.
"¿Y si inventamos una escuela de baile en casa?" propuso.
Los ojos de Valentina brillaron.
"¡Sí, abuela! ¡Eso sería genial! Pero, ¿cómo la hacemos?"
La abuela le explicó que podían juntar algunos amigos del barrio que también disfrutaban del baile. Así que Valentina, muy entusiasmada, comenzó a hacer volantes con la ayuda de su abuela.
"Baile en casa: ¡clases de diversión!" decía el cartel.
Al día siguiente, con el cartel colgado frente a su casa, sus amigos empezaron a llegar.
"¡Hola, Valentina! ¿Qué vamos a hacer?" preguntó Lucas, su mejor amigo.
"Vamos a bailar, ¡hoy será nuestra primera clase!" respondió ella, sonriendo.
Y así fue como comenzó la primera clase. Valentina dirigía a sus amigos, mostrando los pasos que había aprendido de videos. Pero, ¡oh sorpresa! No les resultaba fácil seguirle el ritmo.
"No te preocupes, Valen, vamos a intentarlo de nuevo. ¡Bailar lleva tiempo!" le dijo Carla, otra amiga.
"Tienen razón, debemos ser pacientes", dijo Valentina.
Valentina decidió que, en lugar de desesperarse, podría tener un enfoque distinto.
"¡Vamos a jugar mientras aprendemos! ¡Hagamos un juego de imitación!" propuso.
Y así, en medio de risas y caídas, sus amigos comenzaron a aprender. Día tras día, las clases se volvieron más populares, y la escuela de baile improvisada de Valentina creció.
Pero un día, un grupo de niñas mayores las vio desde la calle y comenzaron a reírse de ellas.
"¿Qué hacen estas enanas? ¿Danzan en un jardín?" burló una de las chicas.
Las palabras les dolieron a todas.
"No necesitamos su aprobación ni su risa" dijo Valentina tratando de alentar a sus amigos.
En ese mismo instante, su abuela salió a la puerta.
"A ninguna de ustedes le importa, lo importante es que están haciendo lo que aman".
Las chicas burlonas siguieron su camino, pero Valentina se sintió algo desanimada. Esa noche, no pudo evitar pensar en sus palabras.
"Quizás la danza no es para mí..." dijo Valentina en voz baja.
Su abuela, escuchando desde la otra habitación, se acercó.
"Valentina, todos tenemos momentos difíciles, pero no dejes que las palabras de otros apagan tu pasión. Recuerda por qué empezaste. Cada bailarina pasa por esto. ¿Te gustaría ver algo que hice hace años?"
La abuela trajo un álbum de fotos. En cada página había imágenes de ella danzando en su juventud, siempre llena de vida.
"Mirá, fui criticada, igual que tú, pero nunca dejé de bailar. El baile es mi expresión, y tú deberías hacer lo mismo".
Valentina decidió que su sueño era más grande que las palabras hirientes. En los días siguientes, organizó una presentación con sus amigos para mostrar lo que habían aprendido. Prepararon coreografías coloridas, y a pesar de las caídas y errores, se sentía con más confianza que nunca.
El día de la presentación, la plaza se llenó. Todos sus amigos y familiares estaban allí. Aún llegó la chica que se había reído. Valentina, al notar su presencia, decidió darle una lección.
"¡Bienvenidos! Hoy queremos mostrarles cómo hacemos que nuestros sueños cobren vida, igual que lo hace cada uno de ustedes".
La música comenzó a sonar y Valentina, llena de emoción, inició el baile con sus amigos. Y aunque algunas cosas no salieron perfectas, lo dieron todo desde el corazón. Al finalizar la actuación, la plaza estalló en aplausos.
La chica burlona se acercó, esta vez con intención de hablar.
"Lo hiciste muy bien, Valentina. Me gustaría aprender a bailar. ¿Podrías enseñarme?"
Valentina la miró y sonrió, entendiendo que incluso las burlas podían transformarse en amistad.
"Claro que sí, ¡todos son bienvenidos!"
Así fue como Valentina, la niña de 9 años que soñaba con ser bailarina y que había sentido el miedo de ser criticada, logró superar sus dudas, y enseñó que con pasión y la ayuda de quienes nos rodean, siempre podemos seguir nuestros sueños.
Y así, en su pequeña escuela de baile, no solo aprendieron a bailar, sino que también a ser fuertes y unirse por lo que amaban.
Y aunque a veces las palabras dolían, siempre había un paso ligero que las hacía volar.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.