El Sueño de Vicente
Había una vez un niño llamado Vicente que vivía en un pequeño barrio de Buenos Aires. Vicente era un apasionado del voleibol. Todos los días, después de la escuela, se sentaba en el parque y miraba a los otros chicos jugar, deseando poder unirse a ellos. Pero había un problema: Vicente no tenía dinero para comprar un balón ni para inscribirse en un club.
Un día, mientras observaba a un grupo de adolescentes jugar un partido en la cancha, una señora mayor lo vio. Ella era Doña Rosa, la encargada de mantener el parque. "¿Te gusta el voleibol, pibe?" - le preguntó con una sonrisa.
Vicente asintió, con la mirada soñadora. "Sí, me encanta, pero no tengo un balón para jugar".
"No dejes que eso te detenga. Aquí hay un viejo balón de voleibol que nadie usa. Podés practicar con él" - le ofreció Doña Rosa.
Vicente casi no podía creerlo. "¿De verdad? ¡Gracias, Doña Rosa!"
Con el balón en sus manos, Vicente se fue a casa lleno de alegría. Cada tarde, regresaba al parque, practicando sus saques y su recepción. Aunque estaba solo, sentía que el voleibol lo acompañaba.
Un día, mientras entrenaba, un joven llamado Julián se acercó. "¡Qué buen saque tenés! ¿Querés jugar un partido con nosotros?"
Vicente se sonrojó, pero con una gran sonrisa respondió: "¡Sí! Pero no sé si voy a poder jugar tan bien como ustedes".
Julián lo animó. "Lo importante es disfrutar y aprender. Vení, jugamos un rato". Vicente se unió al equipo y, aunque al principio se puso nervioso, pronto empezó a divertirse. Al final del partido, los demás chicos lo felicitaron por su entusiasmo.
"Tenés buen potencial, pibe. Si querés, podrías entrar al club donde jugamos" - le dijo una chica llamada Melina.
Vicente se entusiasmó, pero entonces recordó su situación. "No tengo dinero para pagar la inscripción..."
"No te preocupes. Podemos hablar con el entrenador, quizás tiene alguna opción para vos" - dijo Julián.
Al día siguiente, se acercaron al club para hablar con el entrenador. Don Ernesto, un hombre amable con mucha experiencia, escuchó la historia de Vicente. "Si realmente querés jugar, podemos arreglar algo. Podés ayudar en las canchas y a cambio te dejo entrenar con nosotros" - propuso.
Vicente no podía creer su buena suerte. "¡Eso sería increíble! Gracias, Don Ernesto".
Con los días, Vicente se convirtió en un miembro querido del equipo. Se esforzaba mucho y aprendía rápido. Pronto empezó a destacar en sus entrenamientos, sorprendiendo a todos con su habilidad y dedicación.
"¡Sos un crack, Vicente!" - le gritaba Melina cada vez que realizaba un estupendo remate.
Un día, el club organizó un torneo de voleibol juvenil. Vicente se sentía emocionado y nervioso a la vez. Justo antes de comenzar el partido, sus nuevos amigos lo animaron. "Confía en vos mismo, Vicente. Has trabajado duro para esto" - le dijo Julián.
Cuando el silbato sonó, Vicente se entregó por completo al juego. Cada saque, cada golpe, era un reflejo de su pasión. El equipo avanzó a la final, y Vicente se volvió el jugador estrella, ganando el respeto de todos. Al final del torneo, su equipo levantó el trofeo y la alegría invadió el aire.
"¡Lo logramos!" - gritó Vicente, mientras saltaba de alegría.
Desde ese día, Vicente siguió entrenando y mejorando. Sus sueños de ser un gran voleibolista no solo se volvieron posibles, sino que también encontró en el deporte una familia que lo apoyaba y lo quería. La historia de Vicente se hizo conocida en su barrio, y muchos niños empezaron a acercarse con el mismo sueño que él tenía cuando comenzó.
Vicente nunca olvidó de dónde venía. Con el tiempo, decidió ayudar a otros chicos que, como él, no tenían recursos. "Aquí en el parque hay un espacio para todos. Si amás el voleibol, ¡vení!" - les decía, siempre compartiendo su balón con una sonrisa.
Y así, Vicente no solo se convirtió en uno de los mejores voleibolistas, sino que también se convirtió en un inspiración para todos. Su historia nos recuerda que, con esfuerzo y ayuda, todos podemos alcanzar nuestros sueños, sin importar las dificultades que enfrentemos.
FIN.