El Sueño del Bailarín Escamoso
Había una vez en una pequeña y colorida ciudad, un día soleado donde los niños jugaban felices en el parque. Sin embargo, demasiado cerca de allí, en el antiguo teatro de ballet, se preparaba un espectáculo muy especial para la comunidad: la obra principal sería "El Cascanueces". El elenco estaba compuesto por talentosos bailarines, pero entre ellos había uno muy especial y peculiar: un pequeño y animado lagarto llamado Lúcio.
Lúcio no era un lagarto cualquiera. Desde que era muy chico, soñaba con bailar ballet. Se pasaba las horas observando a las bailarinas desde la ventana del teatro, admirando sus piruetas y saltos. Sin embargo, los demás bailarines del teatro lo miraban con desdén y le decían:
"Los lagartos no pueden bailar ballet, te estás haciendo ilusiones, Lúcio. ¡Este arte es solo para los humanos!"
A pesar de los comentarios desalentadores, Lúcio seguía practicando en secreto por las noches. Sus movimientos eran adorables, aunque algo torpes, y sus amigos, los insectos del jardín, siempre lo animaban a seguir adelante.
Una noche, mientras Lúcio practicaba su salto en el jardín, vio a su amiga, la mariposa Clara, posada en una flor que lo observaba con admiración. Ella se acercó y le dijo:
"¡Pero Lúcio, bailas impresionante! Tienes un estilo único!"
Lúcio sonrió, pero tambaleó en su paso.
"Gracias, Clara, pero no puedo dejar que lo que piensan los demás me detenga. Solo quiero bailar y mostrarles que puedo hacerlo."
Desilusionado, Lúcio decidió que ese año iba a audicionar para ser parte del ballet de "El Cascanueces". Al día de la audición, el gran salón del teatro estaba lleno de bailarines humanos que veían a Lúcio con burla.
"Mirá, ahí viene el lagarto bailarín, jaja" - dijo un bailarín alto.
Pero Lúcio no se dejó intimidar. Cuando fue su turno, salió al escenario, respiró hondo y comenzó a bailar.
Las luces se encendieron y el teatro se llenó de música. Lúcio, en vez de asustarse, dejó que la música lo guiara. Sus pequeños pies escalaban por el escenario, sus saltos eran gráciles, y en su corazón bailaba la alegría y el deseo de demostrarse a sí mismo que era capaz.
Una vez que terminó su impresionante actuación, el teatro estalló en aplausos. La directora de la compañía, la respetada bailarina doña Helena, miró atentamente y dijo:
"¡Qué sorprendente! Lúcio, nene, tus movimientos son poéticos. Tienes un talento innato que no puedo ignorar. ¿Te gustaría ser parte de nuestro elenco?"
Los murmullos del público llenaron el teatro. Los demás bailarines quedaron boquiabiertos, algunos incluso sintiendo un poco de envidia.
"No puede ser. ¿Cómo puede ser elegido un lagarto?" - murmulló uno de ellos.
Pero en ese instante, Lúcio levantó la cabeza y sonrió.
"¡Yo solo quiero bailar! No importa mi apariencia. La danza vive en mi corazón."
Así, Lúcio se unió al elenco de "El Cascanueces" y ensayaba cada día con dedicación. Al principio, enfrentó algunos desafíos. A veces se sentía un poco fuera de lugar entre sus compañeros. Sin embargo, poco a poco hizo amigos y les enseñó a ver más allá de lo que parecen las cosas a simple vista.
"Amigos, recuerden que todos podemos ser diferentes y aún así formar un hermoso conjunto" - decía Lúcio.
La noche del estreno, el auditorio estaba repleto. Lúcio estaba nervioso, pero Clara, su amiga mariposa, le dijo:
"¡Tu momento ha llegado! Recuerda bailar con el corazón."
Con esas palabras en mente, Lúcio realizó cada movimiento con pasión y alegría. El final fue un gran éxito, y todos los niños de la ciudad aplaudían emocionados.
Después de la presentación, Lúcio fue agasajado y abrazado por sus compañeros.
"¡Lo lograste, Lúcio! Eres un verdadero bailarín."
Fue en ese momento que Lúcio comprendió lo que realmente significaba superar los obstáculos, no solo para él, sino también inspirando a todos aquellos que alguna vez fueron dudosos de sí mismos.
Desde aquel día, Lúcio continuó mostrando a todos que nuestros sueños no tienen límites y que, a veces, lo que parece imposible también puede hacerse realidad.
Y así, con un gran sonrisón, el pequeño lagarto se convirtió en una gran estrella del ballet, demostrando que cualquier ser, sin importar su forma o tamaño, puede brillar.
"¡A bailar siempre!" - decía Lúcio con entusiasmo, mientras su espíritu deslizaba sobre el escenario, sorprendiendo a grandes y chicos por igual.
Fin.
FIN.