El Sueño del Gran Miguel Ángel
Era una mañana radiante en Roma. El sol iluminaba las calles empedradas y los pájaros cantaban alegres. Miguel Ángel, el famoso escultor, caminaba por la ciudad con el corazón lleno de esperanza. Había recibido un encargo muy especial: crear una obra maestra para la iglesia más importante de la ciudad. Pero, a pesar de su talento, los encargadores no parecían estar conformes con ninguna de sus ideas.
"¿Por qué no les gusta mi propuesta del ángel danzante?", se preguntaba Miguel Ángel mientras tallaba con su cincel un bloque de mármol. Las piedras parecían susurrarle secretos, pero el escultor aún no había encontrado el adecuado.
Después de presentar su primera idea y recibir un rotundo 'no', decidió salir a dar un paseo por el parque. Allí, encontró a un grupo de niños jugando a construir castillos de arena. Observó cómo disfrutaban creando estructuras y cómo cada uno tenía una idea distinta sobre cómo debía ser su castillo.
"¿Por qué no les preguntas cómo lo hacen?", le dijo una voz suave. Era una anciana que pasaba por allí y lo había observado.
"¿Yo? Pero, ¿qué saben ellos de escultura?", respondió Miguel Ángel con una sonrisa.
"¡Oh! Pero ellos son maestros en imaginación. Escuchar a los niños puede abrirte nuevas puertas", sugirió la anciana con una chispa de sabiduría en sus ojos.
Intrigado, Miguel Ángel se acercó al grupo de niños.
"¿Qué están haciendo?", preguntó.
"¡Castillos!", gritaron todos a la vez, llenos de entusiasmo.
"¿Y cómo deciden cómo deben ser?", curiosó Miguel Ángel.
Una niña pequeña con trenzas y una sonrisa brillante le respondió:
"Cada uno tiene su propia idea. A veces hasta seguimos los sueños mientras jugamos".
"Sí, como el castillo mágico que vuela", agregó un niño.
Con esa idea en mente, Miguel Ángel se despidió de los niños, pero no sin antes consentir en construir un castillo con ellos. Mientras trabajaban juntos, cada uno aportó algo especial: risas, sueños y mucha creatividad. Miguel Ángel comprendió que la verdadera esencia de cualquier creación está en la colaboración y la imaginación.
De regreso a su taller, decidió darle un giro a su enfoque. En vez de forzar su visión, se preguntó qué emoción quería transmitir con su obra. Ya no se trataba solo de su idea, sino de capturar la esencia de lo que Roma era para todos.
"No se puede hacer una escultura sin el corazón", se dijo a sí mismo mientras miraba el mármol.
Una mañana, después de mucho pensar y experimentar, Miguel Ángel presentó una nueva propuesta. En vez de un ángel, propuso una escultura que representara la unión de la comunidad, un grupo de personas de diferentes edades y orígenes, trabajando juntos en armonía.
"Esta vez, espero que les guste«, dijo nervioso.
Los encargadores se miraron entre sí, sorprendidos por la pasión y la historia que Miguel Ángel había entretejido en su propuesta.
"Este es el corazón de Roma", comentó uno de ellos emocionado.
Con alegría, Miguel Ángel comenzó a trabajar en la escultura. Mientras iba dando forma a cada figura, recordaba los rostros de los niños, sus sueños y el juego que había compartido con ellos. Finalmente, tras meses de trabajo, la escultura vio la luz del día: un hermoso símbolo de unidad y colaboración.
Cuando la obra fue presentada a la iglesia, todos aplaudieron, incluso aquellos que habían dudado de Miguel Ángel al principio.
"¡Es maravillosa!", gritó uno de los encargadores.
Y así, gracias a la inspiración de esos niños y la abuela sabia del parque, Miguel Ángel aprendió que las mejores creaciones vienen de abrirse a nuevas ideas y colaborar con los demás, independientemente de la edad o la experiencia.
Esa escultura no solo llenó de orgullo a Miguel Ángel, sino que se convirtió en un lugar donde la gente de Roma se reunía a soñar y a compartir historias. Desde entonces, el escultor nunca volvió a dudar de que la creatividad se alimenta de la conexión y la amistad. Y así, el sueño de Miguel Ángel se hizo realidad, no solo como artista, sino como parte de una comunidad vibrante.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
FIN.